top of page

¡Una Duna se Tragó a Frijolíto!

  • Writer: Ileanna Simancas
    Ileanna Simancas
  • Jan 16, 2017
  • 8 min read

Por su cercanía con el río Colorado, a pesar de ser zona desértica, este pequeño pueblo de 276 km cuadrados (106.7 sq mi) es responsable de 90% de la producción nacional en USA de vegetales verdes como la lechuga, el kale, el cilantro y el cebollín. De noviembre a marzo, los jornaleros de California cambian su zip code a Yuma, Arizona. Además de vegetales, Yuma es también uno de los principales productores de dátiles a nivel mundial, y es primordial en la exportación de trigo a Italia, materia prima usada para la fabricación de pasta en ese país. Es el principal productor de limones, mandarinas, sandía y melón en Arizona, y produce $3.2 billones anuales, 1/3 del capital estatal. Nada mal para una pequeña ciudad de 93 mil habitantes. Además de la agricultura y su rica historia que data de la época del lejano oeste (Ir a Un Cielo en Llamas), Yuma nos regala hermosos paisajes de una galaxia muy, muy lejana, como salidos de Star Wars. Las dunas que envuelven este rincón del mundo, inspiró la imaginación de George Lucas con el escenario perfecto para filmar parte del Episodio IV, en las dunas de Buttercup Valley.


Con todo este background informativo, claro que estaba yo deseosa de ver un poco más de aquello, comenzando, sin duda alguna, con ¡las románticas dunas de ensueño! Irme de paseo por los sembradíos me parecía muy poco atractivo. Había oído de unos Agro Tours interesantes. En ellos, uno recoge los vegetales directos de los sembradíos y diferentes Chefs los convierten en exquisitos platillos, ya sea en plan de almuerzo familiar, o de noche especial bajo las estrellas, pero, ambas experiencias, sólo suceden de enero a marzo, y estábamos apenas en noviembre. Sin embrago, toparme con sembradíos en la carretera, sería ineludible en un pueblo agricultor.





Durante el trayecto a mi destino del día, Castle Dome Museum, fui parando, como siempre, en lugares que capturaban mi ojo fotográfico. Sembradíos, riegos, hermosos tonos de diversos verdes, tan vivos como mi hambre de savia y oxigeno; un verde detrás del otro en perfecto orden, como un batallón en formación militar. De los vegetales, de pronto nacían otros colores, y su movimiento llamó mi atención. En la misma formación casi militar, pero sin la energía de un soldado, aparecía un grupo de Jornaleros caminando con sus cabezas bajas y su paso cansado hacia un autobús que los esperaba. Sus pieles quemadas por horas de trabajo bajo el sol, mostraban una edad diferente a la que seguramente mostrarían sus documentos “ilegales”. Si, ilegales, que cruzan la frontera para mantener a sus familias del otro lado del desierto, soñando con un futuro mejor para la generación que les ha de seguir. Despiertos antes que las mismas gallinas, trabajan la tierra para que nuestra mesa esté llena de todo eso que ellos, quizá, ni verán en la suya.


La tierra: un trabajo tan digno, tan duro y tan mezquino. Remunerado con penurias, enfermedades y peligros químicos. Y así y todo, quieren construir una pared; me gustará ver quién trabajará entonces las tierras de Yuma, o las de California, o tantas otras del país. Quién tomará sus puestos, quién llenará nuestras casas de colores verdes de esperanza “orgánica”. No sé por qué me he ido por esta tangente, tan divergente a la historia que intento contar, que poco llevaba de conciencia social. Quizá ha sido el olor a tierra mojada, el caminar despacio de los agricultores, y el sabor a monte de lo vegetales. Pero verlos me creó una nostalgia de antaño, una nostalgia del campo que vive dentro de mí.


Mi abuelo, cuando yo era pequeña, trabajaba la tierra, tenía sembradío de aguacates, los más increíbles que te puedas imaginar, gigantes y cremosos, como la mejor mantequilla. De niña, amaba ir a la granja en una zona llamada Carayaca en Venezuela. Era una casa humilde, con techos de zinc que sonaban durísimo cuando llovía. Tenían animales de granja que les proporcionaban alimento, un montón de árboles frutales, algunos vegetales, muchas culebras extrañas que vivían en su hábitat, un montón de sapos que nadaban con nosotros en el tanque que le proporcionaba agua a la casa, el pulgoso y a veces sarnoso perro “Fierabrás”, y, claro, los famosos aguacates del abuelo Juan. Siempre me ha gustado el monte. Puedo decir que soy algo montuna, herencia de los Simancas, porque mi mamá es de mar.


Me gustaba tanto ver a mi abuelo trabajar, con su camiseta blanca siempre limpia a pesar de tanta tierra. A mi abuelo le faltaba una pierna, y me hacía gracia verlo saltar como los perritos de tres piernas, o correr detrás de los nietos con las muletas, o ponerse la pierna biónica cuando salía de fiesta. El me enseño con su ejemplo que no hay impedimentos internos o externos por los que tengas que limitarte. Un agricultor mocho no se ve todos los días. La tierra que ahora veía, y sus jornaleros, me llevaban a un pasado de pueblo, peleas de gallos, guitarras, canciones, sueño entre hamacas, tíos y primos; todo en la maravillosa y humilde casa de mis abuelos. Pero esto nada tiene que ver con la anécdota que trataba de contar, así que intentaré volver a ella.


De vuelta en mi camino a las minas, me topé con una carretera de tierra que iba rodeando un río de un color azul turquesa inaudito, el cual no era menos que el Río Colorado. La tomé para hacer algunas fotos, y al hacerlo, divisé unas dunas del lado opuesto. Manejé un rato a ver si en algún momento el camino se intersectaba con un puente o algo que me llevara hasta ellas, pero no fue así. No pasaron ni cinco minutos después de haber vuelto a la carretera principal, cuando otra pequeña vía off road se tropezó con mis ruedas. Sin pensarlo dos veces, me salí de nuevo en lo que suponía era otro camino de tierra… pero ¡qué poco duró esta vez la odisea!




Al minuto de entrar en ella, Frijolito se negó a andar más. – ¿Pero Frijolito, hijo, que ha pasado? ¡Dale! – dije, y le di al acelerador, pensando tontamente que eso solucionaría algo, pero solo logró empeorarlo más. Abrí la puerta a ver qué pasaba y me di cuenta que las llantas delanteras estaban enterradas… ¡en la arena!! La carretera no era tal carretera de tierra, y lo que veía yo como una duna a lo lejos, era más bien una duna a lo cerca. Para colmo, Frijolito que siempre es muy liviano, y quizá en otro momento hubiese podido hacer esta hazaña, ahora venía cargado con unas 300 libras extras de maletas. ‘¡Vaya por dios! ¿Y ahora qué hago?’, pensé. Me monté de nuevo e intenté mover el volante al otro lado a ver si lograba algo, pero nada, lo único que conseguí fue enterrarlo aún más.


En cualquier otro momento que esto me hubiese pasado, yo hubiese estado dando insultos y puteadas a algo… a alguien… y más seguramente a Dios. Sonaría a algo como así: – ¿Por qué todo me pasa a mí, Dios santo? ¡A mí y al Pato Donald, joder! ¡Hasta cuando Abigail! ¡Ya estoy harta! bla bla bla –… Pero en ese momento, por tanta cosa interna y externa que ya estaba pasando en mi vida, lo único que me dio fue un ataque de risa. Me quité los zapatos y dije, – Bueno, ya que estamos, déjame disfrutar por lo menos de la arena, que de paso no era nada suave ni de ensueño. ¿No quería llegar a la duna? Pues, mira, no tuve ni que ir muy lejos –. Grabé un video, miré pasar el tren, tomé las fotos correspondientes y me alegré de tener una historia más que contar. Hasta que finalmente caí en cuenta que tendría que ver cómo iba a salir de aquí. Miré a ver si tenía señal, y había: llamar a triple AAA me parecía la mejor idea. A puro instinto, de pronto resolví hacerlo como en los viejos tiempos, pidiendo auxilio como una princesa en aprietos. Mueva que mueva las manos en la carretera, hasta que un alma caritativa se parase a rescatar a la doncella. Tres pick-up trucks pasaron de largo… sin siquiera pestañar… Quizá no me vieron, pensé, y continué intentándolo, hasta que uno finalmente paró.


– Que pasó? –, preguntó el cowboy, y yo sólo le respondí, – bueno, como Brad Presley would say “a lillte bit of mud on the tires” or sand that is?! – . De inmediato se dio cuenta que estaba estancada en la arena. Me miró extrañamente de arriba abajo. Y yo, que había olvidado hasta cómo venía vestida, poco me fijaba de lo inapropiada que era mi vestimenta para la ocasión. – Esto no estaba en tus planes del día, I assume, ¿right? – dijo, y su comentario me hizo reír. Me había comprado el vestido vintage que llevaba el día anterior en el pueblo, y no podía esperar estrenármelo, realmente poco apropiado para el lugar, aunque no me hubiese quedado varada. Pero primero muerta que sencilla. Mister Eddy, como todo un caballero andante, sacó una soga, la amarró debajo de Frijolito, que, a este punto, estaba realmente furioso conmigo, y por el otro lado a su truck. ¿¡Les comenté lo grande que su truck era al lado de mi pobre carrito!? ¡Era enorme! ¡Esos super macho man trucks que se ven en todas las películas gringas!… Bueno, ¡así!


– ¿Y si, al empujarlo, le sacaba hasta las tripas al pobre Frijolito? ¿Y si terminaba yo chocando contra el camión por torpe? –, todos, y muchos otros finales menos felices, se me pasaron por la cabeza. Eddy me dio las indicaciones exactas de lo que debía hacer, las cuales, sin sorpresa alguna, yo entendí todas al revés (soy fatal con instrucciones verbales). El truck comenzó la marcha, y yo a rezar… y, en cuestión de segundos, Frijolito fue librado de las garras que lo atrapaban. – Qué alegría más grande y qué fácil y rápido fue –, pensé. Frijolito intacto, yo lista para seguir con mi aventura, y, además, con una divertida historia que contar… Siempre yo adelantándome a los hechos… 15 minutos más tarde, seguíamos intentando desanudar el nudo del parachoques de Eddy. El intentó. Yo le dije que había sido girl scout, que me dejara intentar, y así lo hice. Él lo hizo de nuevo, lo hicimos ambos juntos, pero nada, fue imposible conseguir deshacerlo… Así que, al final de los 15 minutos, no le quedó otra opción más que cortar su nada barata soga. El ser un buen samaritano, encima, le terminó saliendo caro.


Finalmente, nos dimos un abrazo de agradecimiento, y me puso de vuelta en mi camino a Castle Dome. La revolcada por las dunas y las fotos del Sahara quedarían para la próxima visita a Yuma, porque, esta vez, habría que abortar la misión. Que poco sabía que aún me faltaba mucha tierra, polvo y aventuras por vivir ese día. (Ir a “Y con los Minero me Voy”).


Al final de mi viaje a Yuma, tuve la oportunidad de llegar más de cerca de las dunas, esta vez, parando mi carro lejos de ellas. Pero, la mejor manera de hacerlo, es alquilando un 4 Wheeler y haciendo el paseo como es debido: sumergiéndote de lleno en el escenario de Star Wars. Me queda pendiente para mi próxima visita a Yuma para ver a mis amigas.





Un lugar para rentar el wheeler es: Just Ride Arizona


Agro Tours Info: Para aquellos que anden por estas tierras de enero a marzo, pueden ir a esta página para chequear la información: Agro Tours Yuma


Comments


Calendario de Viajes
2017-09-02 12.41.41.jpg
Recent Posts
Search By Tags

Copyright © 2017

ileannasimancas.com

bottom of page