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Todo Viaje de Carretera Merece una Noche Hitchcock

  • Writer: Ileanna Simancas
    Ileanna Simancas
  • Apr 28, 2017
  • 9 min read



Llegué a Fort Davis pasadas las 9:30 de la noche, después de 6 horas en la carretera más oscura por la que nunca haya conducido. Venía aquí con la única intención de conocer un pueblo llamado Marfa, que el desconocido aquel, enviado por Dios un día (Ir a “No es más que un Adiós LA”), me había recomendado visitar. Texas es un estado infinito y para salir de él tendría que dormir, mínimo, en dos lugares antes de conseguirlo. Un pueblo artístico, y backwards (como lo describió mi amigo texano Jeremy), me pareció el lugar perfecto como primera parada en este estado rojo, rojito, rojo (chiste interno para venezolanos, lo siento).


Sin recordarlo, elegí mi partida a Marfia un Thanksgiving weekend, ¡genius! La verdad, tampoco se me pasó por la mente pensar que este destino tan off road para mí sería todo un hub en épocas de holidays; pero lo era. Todo estaba ocupado, y lo que quedaba, para mí era impagable. Pensé suspender mi salida de nuevo, pero ya lo había hecho una vez, y a este ritmo mejor que empezara a buscar un trabajo en Silver City. Al ver que mi búsqueda por Airb&b no daba sus frutos, y los hoteles estaban repletos, me tocó coger lo único disponible y cercano que había: el motel Stone Village Tourist Camp, en el medio de Fort Davis Texas.



De Marfia sabía poco, pero de este lugar sabía… ¡nada! O por lo menos nada más informativo que estar a veinte minutos de mi destino y tener que pagar una ridícula cantidad de dinero por un ¡motel!


Lo primero que aprendí de Fort Davis fue: ¡que nunca vi en mi vida un cielo más oscuro! Era tan oscuro como cuando apagas la luz de un cuarto sin ventanas. O sea, ¡oscuro! Y peor era la oscuridad porque no había luna y estaba un poco nublado. Estacioné a Frijolito, que tembló un poquito de miedo antes de apagar el motor, para que el pobre ni se enterara de dónde estaba; o quién lo aguantaba dándome lata. Al bajarme del carro, un escalofrío se apoderó de mí de pies a cabeza. Luces de neón, aires acondicionados de ventana, sillas de metal moderadamente corroídas decorando el porche de un pequeño edificio de una planta, ya un poco ajado por el tiempo, fueron mis primeras observaciones. Me debatía fuertemente entre estar en una película de Lynch, de Kubrick o de Hitchcock, pero aún no lo tenía muy claro.


Lo que sí tuve pronto más claro que el agua, es que estábamos empezando muy mal. La luz de recepción estaba apagada, ya eran casi dos horas más tarde de lo que les había avisado que llegaría. Quise llamarlos desde el camino pero, como cosa rara en este viaje, no había recepción. Me acerqué un poco más, y en la piscina vi a un grupo de gente sentados alrededor de una fogata, hablando y riendo. Pero por la zona de la oficina, nada… Toqué el timbre y al momento salió de la piscina un hombre, imagen perfecta del hombre texano de las películas, solo le faltaba el sombrero del “hombre Marlboro”. Alto, delgado, canoso, con rasgos varoniles pero amistoso, un Clint Eastwood de carne y hueso.


- Hola, tú debes ser mi conexión con Los Ángeles – me dijo amablemente.

- Si, ésa misma – respondí, con una risa un poco nerviosa.


Mientras él me decía no sé ni qué más cosas, mis ojos se fueron directos a un cartel con la foto de una chica que decía: “ ‘Desaparecida’, fue vista la última vez en…”. De pronto, todos los miedos de todos los que me dijeron que hacer un viaje cross country sola era una locura, se apoderaron de mí. ¡Con lo que yo detesto tener miedo! Al terminar el check in pregunté si había algo abierto para comer por aquí a estas horas, y me dijo que él era el dueño del Deli de al lado, que estaba cerrado pero me lo podía abrir a ver que conseguía. Acepte y fuimos.


¿Acepté y fuimos, dije? Pero qué coño estaba yo pensando? Estaba en el lugar más oscuro que nunca había visto, en medio de la nada, en punto rojo Texas, en un motel caro con cojones, pero de carretera, con luces de neón y con un letrero en el lobby de una chica desaparecida, sin que nadie supiera dónde estaba exactamente… ni siquiera yo, y ahora SOLA con “Marlboro Man” en un Deli, ¡cerrado! Pero ¿había perdido el juicio? ¿El hambre y las horas de carretera me enloquecieron?


El día había comenzado mal cuando, poniendo gasolina en la salida de Mimbres, me fui sin sacar la manguera del carro, destrozándole el viejo aparato a la señora de la estación, quien increíblemente ni siquiera me gritó, ni me miró feo, y educadamente me dejó ir sin pagarle los daños y perjuicios. ¿Será que la no luna me pega más que la luna llena? No, seguro que algo había hecho bien. Si, le había dicho “hola” a los de la piscina, ellos sabían ahora que yo estaba allí, y se preguntarían dónde estaba si “Marlboro Man” volvía solo del Deli. Si, ¡ellos me rescatarían! – Muy bien Ile, no lo hiciste tan mal – pensé… Pero, ¿y si no me escucharon? ¿No los escuche decir “hey back”? … ¿O sí?


Mientras tanto “Marlboro Man” me mostraba todas las cosas ricas que podía elegir para comer; que si sándwich de pavo, ensalada de pasta, y nuestra famosa ensalada de pollo – Perfecto, eso es, ensalada de pollo – le dije sin pensarlo mucho. Me la dio, y mientras él seguía dando sugerencias para otras cosas que quizá me gustaría comprar, yo sólo podía pensar en el refrigerador frío, remoto y oscuro, donde mi cuerpo aparecería al cabo de unos días. Así que acabé con mis compras más rápido que niño-bajando-escalera-para-abrir-regalos-el-24-de-diciembre (los venezolanos los abrimos el 24 a media noche) y salí de allí lo más pronto que pude.


Al salir, ya con más tranquilidad, quise verificar si el miedo era bien fundado o era todo un producto de mi viva imaginación, y las mil y una noches que pasé de niña viendo “The Twilight Zone”. Pero no podía distinguir nada ahora mismo, estaba en alarma ámbar y punto, con o sin razón. En momentos así, es difícil distinguir entre instinto e imaginación, porque cuando el miedo se apodera de tu cuerpo, tu voz interna se distorsiona.


Mientras caminábamos de vuelta, confirmé lo oscuro que me parecía el todo aquí, a lo que él simplemente replicó – “esta oscuridad es la razón por lo que la gente viene aquí” –. No quise ni preguntar qué quería decir con eso. Yo lo único que quería, en ese punto, era entrar en el cuarto, comer y dormir. “Marlboro Man” me invitó caballerosamente a que los acompañara en la fogata, que eran él y otros huéspedes y seguro me gustaría ver las estrellas un rato.


– Gracias, quizá me acerco –le dije, mientras pensaba que ni por el putas me acercaba yo por allá.


Saqué mis cosas del carro, incluyendo mi cuchillo. Sí: viajo con un cuchillo como de pirata… una nunca sabe… y un peper spray también, y, para horror de mis queridos compatriotas demócratas, si pudiera tener un arma, también la tuviera. Entré al cuarto y olía bien, se veía bien y cuidado. No “¡$120 dollares! bien”, era más como “$60 dollares bien”, pero era lo único que había conseguido. Al entrar al baño, de nuevo el miedo me estiró y contrajo la columna. En mi mente se fue revelando en cámara lenta una fotografía como las polaroid, de borroso a perfectamente en foco: Hitchcock y su famoso Psycho.


– No way, aquí como sola y me muero, mejor me voy con ellos – pensé, casi en un grito ensordecedor.


Salí con mi ensaladita y me senté frente al fuego con este grupo de extraños. El dueño y un grupo de otros viajeros contaban historias muy animados. Entre ellos había una pareja de profesores universitarios. Ella, una astrónoma. – ¡Ah! – finalmente comprendí cuando la profesora respondió a mi pregunta de qué los traía a ellos aquí tan lejos. – El cielo más oscuro del país, mira para arriba, no hay cielo como éste – respondió. Mire arriba, y sí era bello, pero no el más bello que yo hubiera visto… se sentía muy lejos, pero quizá era por la fogata. Su comentario me remontó a otra noche, y a otro cielo, con otro grupo y otra fogata. Un cielo en mi tierra, tan estrellado que no le cabía otra estrella. Tan poblado que el Milky Way estaba colapsado de tráfico en horas pico. Montalbán ese día, por ahí en los noventa, me regaló la cobija de estrellas más alucinante y cercana de la vida, tan cercana que si estirabas la mano te arropabas con ella. Así que este cielo no me impresionaba tanto, pero sí lo hacía la oscuridad del lugar.


Me enteré entonces que el McDonalds Obsevatory estaba muy cerca de este motel y por eso ella se quedaba aquí. Siempre traía a sus estudiantes para estudiar las estrellas, y llevarlos a las llamadas “star parties”. Me explicó que era tan oscuro porque, por ley, el pueblo no podía tener luces que molestaran de noche para poder tener este tipo de visibilidad galáctica. Eso explicaba las luces de neón del hotel, y me tranquilizó. Seguimos una entretenida conversación, y me preguntaron qué hacía yo. El falso Clint Eastwood atento escuchaba, y de pronto me dice, “yo también soy productor, y voy a Miami para Napte en enero”. No me lo podía creer, mi asesino en serie iba a vender contenido para televisión en Napte… ¿De qué irían los programas? ¿Cómo desechar un cuerpo aún tibio? Mi asesino era escritor por hobby, productor de sueño, y heredero del motel donde hoy me quedaba. – El mundo definitivamente es pequeño y extraño. Y todos tenemos un artista dormido o increíblemente despierto, pero el arte es la verdadera expresión del ser; y si hay ser, hay arte– pensé.


Cuando finalmente el alma y la paz me volvían al cuerpo, “Marlboro Man” procedió a contarnos el secreto mejor guardado de Fort Davis…: que el motel estaba embrujado, con fantasmas que deambulaban sin dirección ni destino. ¡Allí lo paré en seco! – No, ¡por Dios!, no digas más que no duermo –. Él, que pensaba que bromeaba, quería seguir su historia, que seguro conseguía muchos fans en otros oídos, pero no en los míos. Paró, pero cada tanto lo volvía a intentar, mientras procedía a taparme los oídos y tararear como niña de colegio para no escuchar. Todos pensarían, al final, que la extraña era yo.


Me fui a mi habitación porque ya era tarde. Afuera, al apagar las luces de la habitación, se colaba la luz verde de neón del pasillo por mi ventana, lo cual te ayudaba a imaginar la aparición de E.T. en cualquier momento…Eso, por pensar en un Alien amoroso y amigable, que en realidad no eran los que se me venían a la cabeza. Intenté dormir con la luz prendida, pero ¡imposible! Me paré a ponerle una silla a la puerta porque esa puerta la podía abrir cualquiera, y apagué la luz. Me tapé hasta la cabeza y recé…– Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día – ¡qué rápido volvemos al catolicismo en momentos de angustia! Intenté dormir como el feto más pequeñito del universo entero, un cuatromesino en una bolita, sin estirar ni media extremidad, ¡no me la fueran a jalar! Dormí en espasmos de tiempo, pero cuando me despertaba, ni se me ocurría abrir un ojo, o salir de las cobijas.



A la mañana siguiente, me conseguí con el hombre Marlboro, mejor conocido como Randall. Le conté de mi noche Kubrick, Lynch, Hitchcock, y el pobre reía, ahora con la misma risa nerviosa que yo reía ayer… – Vaya review me vas a dar en tu blog – dijo. A petición esta vez, me contó que, indeed, había sido en la habitación número 12, es decir ¡la mía!, la última vez que se supo por un huésped de un encuentro con una aparición. Al parecer no es el hotel, sino el pueblo entero quien está un poco embrujado, y los fantasmas van dándole la bienvenida a los recién llegados. Le recomendé promocionar el hotel para Halloween. Sería un éxito entre los freaks, que vendrían rogando ver uno. Pero lo que era yo, con lo mucho que me caía super bien él, y todas sus máximas atenciones, y lo rico de la ensalada de pollo de su Deli, y lo limpia y cuidada que era la habitación, no volvía a quedarme en ese pueblo ni amarrada. – See you in Florida my friend – le dije, y así salí de allí para nunca más volver! … En la salida del pueblo me topé con un pequeño cementerio en un día medio gris, y con mucho viento. Bajé, tomé la foto… ¡y salí corriendo!



Para mi próxima parada, busqué el lugar más acogedor que pude encontrar dentro de mi budget en Airb&b, y prometí no más moteles en la vía. Viajar con Airb&b siempre te hace sentir un poco más segura, en casa y protegida. Para una viajera sola eso es lo más importante.







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