Dientes sin Brillo en Grandes Sonrisas.
- Ileanna Simancas
- Aug 20, 2017
- 9 min read

Gris, marrón, y verde agua… son los colores que tornean la mañana de este país lejano y árido llamado Marruecos. En algún lugar en medio de las montañas, entre un conocido pueblo -Marrakech- y otro por pronto recorrer -Essaouira- se encuentra este pueblito Tildi, perteneciente a una sola familia, la familia de Mustafa, nuestro host por dos días. Quiero tanto escribir de esta aventura pero, cómo escribir de hoy, cuando tengo tanto tiempo sin contarles de ayer, de cómo llegué de una isla verde y húmeda a un desierto del mar atlántico.
Lo intento y no puedo… Resulta que no soy escritora por encargo, solo escribo lo que mi corazón le indica a mis dedos y como puedo transportarme a otra belleza, cuando la que está frente a mis ojos es tan única y especial; es como intentar contar sobre un amor de antaño, cuando en frente están los ojos del afortunado amorío actual. Así que llegué a Marrakech y AirBNB (que me debería pagar por tanta publicidad que le doy) me envió a la casa de Cecil, una maravillosa francesa, dueña de este lugar especial, construida bajo los estándares de un tradicional Riad (llámese a las antiguas casas construidas en la media) que constan de un patio central abierto con habitaciones alrededor. Sus hermosas puertas y techos lo hacen parecer un pequeño palacio a pesar de su sencillez y su decoración modesta, pero de muy buen gusto. Un toque muy europeo, en una casa que sabes que tiene tantos secretos como Madonna debe haber tenido amantes.
Llegué a horas tempranas de la tarde y el calor era infernal, como Death Valley, California en verano, por los 40’s, y yo con aquel back pack de 18 kilos a cuestas que parece el bolso de Mary Poppins, porque lo que pidas encuentras. Así lo pudieron corroborar 5 días más tarde mis compañeros en Tildi, que cada vez que decían “ojala tuviéramos”, salía yo y tenía: una vela de olor para que el baño huela bien, te la tengo; una tijera, también; un alicate, aquí esta; una linterna, venga; mechero, cargador externo, colador de café, pastillas para el dolor, canela, sábana, cobija, spray limpiador… en fin, que el bolso pesa su peso en oro por algo.
Volviendo a los 40 grados, llegué directo a lo que sería mi casa por unos días en el gran laberinto de Marrakech. Su puerta pequeñita y mi golpe al tratar de cruzarla, me recordó a otra ciudad de puertas diminutas que está en la lista de mis lugares favoritos en todo el mundo, San Miguel de Allende, México. Fachadas y puertas que no dicen mucho, pero que al entrar van de casas hermosas a mansiones de princesas. Poco después me enteré que la razón de este diseño tan peculiar, donde debes agachar la cabeza para cruzar el portal, se debe a una cosa cultural, de esta manera cuando la gente entra a una casa debe bajar la cabeza en forma de saludo respetuoso, como si uno solito no pudiera recordarse de hacerlo sin necesidad del chichón. Es así como conocí a Cecil y de inmediato sabía que seríamos amigas; se aseguró de dejarme instalada y darme una pequeña vuelta por la medina, para que no me perdiera a mi regreso, cosa que agradecí porque el GPS no entiende de medinas, y mi brújula no vino en la repartición de cualidades al nacer. Me dejó en el restaurant “Naranja” para mi primera comida en esta ciudad color rosa, comida que demás está decir, fue de las pocas buenas que tuve aquí apartando las de el restaurant “Zwin Zwin” que lo amé, y mejor aín, la de mi host y su marido Hanza, un guapísimo marroquí.
Hanza no es el único guapo marroquí de la ciudad, la gente en este país y especialmente los hombres, son realmente bellos en la juventud; sin embargo, el pasar de los años bajo el sol del desierto hace sus estragos. No parece ser a primera vista una vida fácil, y gracias a la religión y sus prohibiciones, las mujeres tienen muchos hijos, y sus cuerpos que poco se ven detrás de sus vestimentas largas y anchas (que personalmente me parecen hermosas), se notan gruesos de tanto estirarlos entre parto y parto. Tienen sonrisas agraciadas, pero sin el brillo del blanco marfil que debería tener su dentadura, descuidadas por la falta de higiene bucal (hace falta conciencia de salud por estas tierras). Pero no hay malos olores, lo hammanes (spas) son comunes entre la cultura árabe, quizá eso tenga que ver con ello, o que la comida no es tan condimentada como en otras partes, no lo sé, aún es muy temprano para mi saberlo, el hecho es que no hay olores como en India por ejemplo, y eso me alegra, sobre todo en verano que todo se acrecienta. Así que la gente es muy guapa en la juventud, huelen bien pero muchos necesitan a un dentista…
Bueno, no vamos tan mal. Lo que los hace mejor son lo encantadores que son. A mi poco me gusta la gente muy melosa, pero para los que les emocione los halagos y los juegos de sonrisas y palabras, esta gente los envolverán en un dos por tres. Imagino como muchas jóvenes turistas caerán a sus encantos, con higiene bucal o sin ella, porque la sonrisa les sale del alma y no del dentista. De todas las culturas que he conocido, creo que ellos son lo más parecido a un latino. Sí, es verdad, quieren que compres, pero creo que solo hacen un poco del uso de su naturaleza amable y amistosa para que lo hagas; sin darte ni cuenta, de pronto estás sentada con ese total extraño en su tienda contando chistes, tomando té de menta y llevándote la alfombra que te habías prometido no comprar, porque ya tu bolso pesaba lo suficiente y porque no tenías ni casa en dónde ponerla… y sí, igual saliste de la tienda feliz con ella diciendo “¿y dónde demonios la voy a poner?”, será usarla como alfombra a la hora del rezo si adquiero esa hermosa práctica musulmana en mi harén de costumbres adoptadas. Increíble lo que una buena sonrisa y la melosidad puede lograr en los seres humanos. En India o Asia les compras casi por miedo, a que si no lo haces, te maten; aquí, porque son encantadores de serpientes. Eso sí, los hombres y las mujeres son muy amables una vez que estás dentro de su hogar, pero fuera en la calle, casi ni te miran.
Sin duda, lo menos que me gusta de estos viajes es que generalmente te sientes como un signo de dólar a donde quiera que llegues. Si eres turista, es porque en teoría debes venir cargado de ellos ¡y cómo te lo hacen sentir! Si estás caminando perdido, te ofrecen ayuda, y tú impresionado de su amabilidad te dejas ayudar pero al dejarte sano y salvo en tu destino, te pedirán que les pagues, claro, sin decirte cuánto, porque eso no es de buena educación, es lo que tú “quieras”, pero te harán saber si lo que tú quieres no es lo que ellos esperaban. Desde niños en zona turística están entrenados así, algunos los hacen con algo de vergüenza, pero lo hacen. Personalmente, eso le quita a todo un poco la magia, lo vuelve mundano y bajo, pero la realidad es que aún así la amabilidad de la gente marroquí sigue siendo auténtica, porque cuando vas a otras regiones menos turísticas consigues que su gente sigue dándote la sonrisa enorme, con o sin hermosos dientes, y el “salam malecum” en cada esquina sin venderte nada ni pedirte ni un dólar por ella.
Regatear es realmente algo que debes empezar a aprender el día que decidas venir a Asia o África, no sobrevivirás sin ese don. Toma 30 min comprar una camisa en el precio que realmente merece; te dicen su precio, lo bajas 75% y empiezas a negociar, o eso es lo que comúnmente se recomienda. Yo lo hago diferente, lo bajo a un 60% y ese es mi precio final; lloro, les digo que van a dejar a mis hijos sin comida (lo aprendí en India), que no soy turista, que la de al lado lo vende por menos (lo aprendí en Bali), que cuan malo es el hachís se fuman, etc., y cada vez que me den otro precio, yo vuelvo a mi precio final, generalmente así llego a lo más bajo que están dispuestos a ofrecer, y si no es mi precio, simplemente me voy; si podían llegar más bajo, irán detrás de mí, sino, sé que no están dispuestos a negociar más y ya decidiré si volver o resignarme a que no era para mí.
A veces, sencillamente no tengo las energías para todo eso ni regatear, ni pelear por nada, ni tomar té, ni los halagos, ni el juego que parece más un romance que la compra de un chal… y pues, simplemente no compro, no cojo taxi y mejor no salgo a la calle sino a comer a un restaurant con precios fijos en el menú; o les digo: “por Dios, hoy no tengo ánimo de regatear, dame el precio real”, pero parece que la vida sin el tira y encoge no tiene chiste aquí, parecen todos unas lesbianas (las que son, sabrán a lo que me refiero y las que no, pregúntenle a alguna de la tribu que lo sea), aunque pensándolo bien, cualquier relación dramática, no importa si es con él o con ella, es igual. Siempre te dirán que ese precio maravilloso es solo para ti, porque eres especial y porque le traerás suerte… es verdad que hay la creencia en mucha de éstas culturas que la primera venta es la de la suerte, por eso en India siempre recomiendo ir de compras muy, muy temprano en la mañana, porque por tener esa primera venta, harán lo que sea. Aun no sé si funcione aquí, lo que si funciona como en todas partes, es dejar tus compras para fuera de Marrakech, por muy tentador que sea hacerlo en ese gran y famoso “Souk” o mercado que tiene como pulmón la plaza Jemaa el-Fna, ya que los precios en las pequeñas ciudades o pueblos ¡no tendrán ni mediana comparación!
Es extraño lo que causamos los “blancos”. Aunque yo de blanca poco, en otros países de otros lugares en el mundo, como la India por ejemplo, me paran en todas partes a tomarse fotos conmigo, como si fuera una estrella de Bollywood. En Asia les sorprende tu nariz o tu estatura, o tanta curva, y en lo que les das confianza te lo hacen saber metiéndote mano por esa “extraña” diminuta cintura, o viendo cómo es que esos senos son tan parados, descubriendo tus prótesis, y haciendo chistes que sueles no entender de lo que sea, ellos ven en ti. Gede, mi chofer en Bali, siempre me dice: “Ile, you are all the same” (todas son igualitas), yo voy al aeropuerto y todas son como Julia Roberts, tú eres como Julia Roberts, la misma sonrisa…
A mí eso me da mucha gracia, porque para nosotros son los asiáticos los que todos son igualitos, todos son Bruce Lee. Pero cuando vives entre la cultura, ya vas consiguiendo sus diferencias, incluso entre regiones y países. Ya sebes quien es Indonés, Chino o Japonés, lo notas desde por el color de su piel hasta por su moda, justo como podemos hacerlo entre nosotros mismos. Pero en Marruecos, es hasta que me ven perdida con mapa en mano o hasta que abro la boca, que me toman como extranjera. Otros, simplemente piensan que soy una marroquí que vive fuera, pero marroquí. Me hablan en árabe o en francés, y cuando les respondo en inglés se quedan perplejos, como que esa lengua no le va a mi cara, “¿no es marroquí?”, y con tristeza respondo que no, quisiera tanto “parle le francés” para poder pasar como una más. Si tuviera un hijo (a), el regalo que le daría sería aprender mínimo cinco idiomas; me iría en su niñez cada dos años a un lugar diferente, para que los aprendiera fácilmente. Me olvidaría de una educación regular en un solo lugar, de casa grande y viajes de vacaciones, y le regalaría el don de poder comunicarse con el mundo sin barreras. El inglés abrió mi vida a una capacidad de expansión inimaginable para muchos, ¿que sería hubiese sido con cinco? El mundo sería para mí la mejor escuela.
Me gusta sentirme de aquí, al final por eso fue que llegué a Marruecos, porque una terapia en Bali que hice con el primer grupo de viajeras en abril, me llevó a una vida pasada en este lugar tan lejano. Pero lamento que mi primer artículo después de dos meses, se vaya a quedar hasta aquí por hoy, y tengan que esperar hasta la semana que viene para que les cuente sobre ésta terapia. No, no es que quiero tirármela de misteriosa y hacer lo que nos hacen con las series de TV: “vean el próximo capítulo de…”, justo cuando iban a matar al tipo. No, es simplemente que llevo cuatro días en Essaouira y cuatro días en el hotel; ya me ve hasta raro Fátima, la chica que cuida el Riad. ¡Ah!, ¿ustedes se pensaron que yo sólo ando de fiesta en fiesta?, ¡pues no!, ésta señorita trabaja y he pasado cuatro días trabajando y enferma en el hotel, y si no salgo hoy, no va a haber manera de mostrarles nada de éste lugar, y eso si sería una pena. Pero no las quería dejar sin nada, porque quedamos en que hoy había historia, y aquí esto…
Mi bella cueva en Tildi, en donde empecé a escribir éste post me mostró lo mágico que es pasar una noche durmiendo sola en la intemperie, bajo las estrellas; y por los momentos Essaouira me ha recordado cuánto odio tener que estar sola cuando me enfermo, y cuántas veces me ha tocado que sea de esa manera… pero hay tanto que contar, que cuatro páginas no aguantan tanta cosa, y mis editoras intentaban que mis post no pasaran de 2 páginas… ¡ja, ja, ja!, ¡cómo se hace eso! Anyhow, las veo el próximo domingo y los martes estén atentas que saco consejos geniales para las viajeras empedernidas en #MartesDeTips, los jueves como siempre, la Tribu nos cuenta sus cosas en #JuevesDeTribu, y los domingos nos vemos con #DondeEstaIle y su #DomingoDeLectura.
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