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Para Volar Hay Que Soltar

  • Writer: Ileanna Simancas
    Ileanna Simancas
  • Aug 27, 2017
  • 13 min read

Amanecí con la pregunta de alguien… “Ile, de pana, no te cansas de siempre estar en una aventura, un viaje; no te provoca a veces estar en tu casita en pijama frente a la tele?” La respuesta es “¡sí!”, más de lo que piensan. De hecho, la razón por la que no me quiero ir de Essaouira es porque es “cozy”, porque se siente hogar, porque aquí me provoca conocer al señor que me vende el saldo del internet y llamarlo por su nombre, y al hombre del pescado, y a la muchacha que limpia, que llega en burka a casa pareciendo tener cien años, y al minuto se quita todo los trapos y vestida muy moderna parece de treinta.


Me provoca hacer amistad con la chica alemana que prepara tours y con mi profe catalán de Kite Surf, y con todos los chicos de la escuela de surf Explora (uno más majo que el otro), a que me inviten a comer en sus casas y hacerme amiga de sus esposas, a ver si así las clases me empiezan a salir gratis; igual que con el vaquero marroquí que ama las películas Westerns americanas y se quiere ir un mes a viajar en el lomo de su caballo. Claro que me canso de estar de maleta en maleta, de ciudad en ciudad, de corre-corre todo el tiempo. Tengo un año sin parar, y estos últimos tres meses en especial han sido intensos, y a veces digo a lo Mafalda: “¡ya!, párate mundo que me quiero ¡bajar!” pero, es que el mundo tiene su plan.


El poder que tenemos de creación es tan increíble que no nos damos ni cuenta, por eso bien dice el dicho “cuidado con lo que deseas”. Aunque ahora que lo pienso, no estoy segura si el poder es tanto en nuestra capacidad de manifestar o es mas de conexión. Cuando finalmente estas conectada con tu propósito de vida, es como que de pronto te sintonizas con el plan del universo, y tus peticiones o proyecciones comienzan a ser las correctas. Yo siempre he adorado viajar, pero en los últimos tres años de vida no podía parar de pensar en la necesidad inminente que tenía de poder ser una nómada y vivir en un avión, de cultura en cultura.


Realmente quería poder vivir, quería reírme, ver atardeceres, hacer cosas locas, entender a otras personas y sus diferentes tradiciones y visiones del mundo, y tener muchas historias que contar. En mis sueños no me veía frente a un gran televisor, ¡no!.. en mis sueños, muy, muy secretos veía una mochila, mi ordenador y yo sola (o con alguien que pudiera seguir mi ritmo) simplemente hurgando cada rincón al que pudiera llegar. Además, en esa visión nunca la percibí como una simple vacación. La visión iba acompañada de trabajo, veía esos nómadas digitales que su trabajo les permite rumear por el mundo, y mientras mis amigas deseaban un bebé, la casa más grande o el nuevo carro, yo me babeaban por un pasaje de avión abierto y sin retorno alrededor del globo terráqueo.


Bueno señores, heme ¡aquí!, hoy literalmente estoy en Marruecos con un pasaje sin retorno. O sea, claro que en teoría tengo fecha de partida de aquí, pero dejo la puerta abierta a que cualquier cosa pueda pasar. Una sensación tan totalmente liberadora ¡como desquiciante! Claro que tengo una idea de que haré y cuándo, pero no significa que va hacer exactamente así, porque al no tener boleto de regreso dejas al universo actuar su magia, le estás diciendo “tú sabes para que estoy aquí, sácame de aquí cuando, y si lo ves preciso”. Claro que no necesitamos estar en el otro lado del mundo para poder hacer algo así, de hecho podríamos intentar vivir la vida un poco más parecido a estar sin ese boleto en la mano, sin fecha fija de salida o de retorno en nuestro plan de acción.

¿Que sería si tuviéramos una idea de lo que nos gustaría que la meta final fuese, pero nuestra flexibilidad en el cómo llegar a ella fuese mayor? ¿Que estuviésemos abiertos a hacer, si le temiéramos menos a las caídas y no intentáramos agarrarnos a todo palo y peñasco que aparece para evitar lastimarnos? Te digo como sería: ¡VOLARÍAMOS! Hace dos meses tuve la fortuna de acompañar a hacer kite surf a aquel desconocido que una vez me mandó a invertir en mí, y desde entonces se convirtió en mi hermoso ángel de la guarda, amigo, compañero y apoyo incondicional para forjar mil sueños. Me montó en su camioneta y me dijo: “esto lo tienes que hacer, lo vas a amar”. Yo de safrisca fui porque quien le dice no, a su ángel de la guarda cuando te dice que se van de viaje… pero por adentro pensaba: “¡ay! pero qué lindo, cómo pierde su tiempo conmigo. Ésta que está aquí, con complejo de gato y tan morsa como una pereza ¿haciendo un deporte de agua? ¡Ay! ya va, que me ¡río!”…


Pues, a veces otros que no conocen tus límites saben algo que tú no sabes; y cuán en lo cierto estaba él y qué herrada estaba yo. No sólo me gusto el deporte sino que lo ¡amé!; lo amé por lo que sentía al volar el kite -y a veces por lo que sentía al salir volando yo con él- y todos los miedos que me hacía enfrentar. Miedo al agua, al caer, al dolor, al control y descontrol, al frío del agua, a los animalejos dentro, a las olas, a tantas cosas. El kite es un deporte de pensar, es un deporte de cabeza y por lo menos para mí, de filosofía, porque de hecho todo lo que hacemos para conseguirlo y volar con éxito es contra natura, así que primero hay que usar la masa gris. Hacer kite surf me ha dado un insight a la vida diferente, o mejor dicho, me ha puesto en un contexto distanciado de la vida para codificar lo que pienso de ella a través de similitudes y paralelismos, y no dentro del torbellino.




Siempre pensaba que amaría poder ser alguien con raíces solidas pero moldeables, y al mismo tiempo poder volar. Y de pronto encontré el kite… o sea, siempre he querido ser un ¡kite! El kite está en tus manos controlado sutilmente por ti, por medio de una barra (o eso es lo que se espera); tú eres la raíz del kite, una raíz moldeable, movible, por su naturaleza acuática. Tus pies en el agua o en la tabla dan movimiento, pero tus manos dan firmeza al trabajar la barra y sus líneas, correctamente y con sutileza. No importa las veces que baje, suba, se enrede o se caiga, la cometa siempre te tiene a ti para ayudarle a comenzar el vuelo de nuevo. El kite sin el conductor, sin su raíz, no podría volar, y si lo hiciera sería de manera errante, sin dirección ni sentido, pero contigo como guía, el kite lo puede todo.


Pero no te creas que será así de fácil esta unión. Al comienzo el kite no entenderá que tú sólo vienes ayudar… bailará un Tango de reto contigo, te pondrá a prueba y te mostrará con rebeldía que si no estás lista para llevar las riendas, no lo podrás lograr. Pero en lo que entiendes el juego, no sólo llevarás la cometa sino que conseguirán bailar un vals amoroso en donde el te dará tanto como tú a el, dirección por libertad, poder por certeza al soltar. Una vez que los dos se unen, que el kite confía que tus manos, estarán para darle de vuelta una y otra vez su poder, y que tú estás centrado para ofrecerle eso y más, la diversión comienza. De nada vale montarse en la tabla a intentar navegar si aún el kite y tú, no han hecho la unión mágica y perfecta, porque lo único que harás es golpearte mil veces sin ninguna necesidad. Hay golpes que son necesarios y no se deben evitar, y hay otros que solo suceden por la prisas y la inconsciencia.




Pues, trayendo esto al plano vida, nosotros somos el kite y la fuerza del universo o de Dios si así lo prefieres llamar, es la mano que te sujeta, que trata de que te mantengas en el camino, aún cuando estés en constante y rápido movimiento, aún cuando la corriente del viento a veces te desvíe sin control, en cuyo caso no hay más que dejar de darle potencia hasta que caigas, para volver a comenzar el vuelo de cero. Cuando conseguimos creer en el que conduce, conocer la certeza en el plan de vida con que viniste, en la misión que se te otorgó, entonces podemos volar tranquilos de que estamos en el camino que es, y todas nuestra proyecciones irán apareciendo en el momento debido y con la misión correcta, porque estamos bailando el vals de la vida de la mano de Dios. Y mira que no soy religiosa, pero si tantas gentes y culturas creen que en Challa, por algo ha de ser. Sin embargo, a veces hay que solo, tranquilamente, esperar para poder entender cuál es esa dirección, que es muy diferente para cada quien, y una tan importante como la otra. A alguno le toca rescatar países, a otros simplemente avanzar en su desarrollo personal, otros ser una gran madre, mientras otros ser referentes para las nuevas generaciones. Todos tenemos una misión, una ventana de viento que debemos seguir, sólo hay que saber cuál es, y dónde y cuándo estamos listos para tomarla.


Para darle potencia al kite, debemos tirar la barra hacia nosotros, pero si de inmediato no sueltas, si tratas de mantener estrangulada su libertad, tirando la barra fuertemente todo el tiempo, dejará de volar, entonces el kite te enseña que para volar debes soltar. Por eso, volar el kite no está en nuestra naturaleza, es un ejercicio anti natura. “Soltar para dejar volar”, para que la cometa coja poder cuando la vemos cayendo, haya que soltar; le damos poder, la direccionamos y soltamos. Pero nuestra naturaleza nos empuja constantemente a hacer lo contrario, no queremos que caiga, porque no entendemos que a veces lo mejor que puedes hacer es comenzar de nuevo, entonces tiramos duro de la barra para agarrarnos, para que todo lo invertido en hacerla subir no sea perdido, para tener el poder de mantenerla en el aire a punta de fuerza bruta, sin entender que el control no viene de la fuerza bruta sino de una sinergia con el kite que te dice: “mantén suavemente la dirección de tu kite, dale poder y dale destinación, pero para que coja vuelo, ¡SUELTA!”.


¿Se te parece a algo llamado vida? Coge dirección, busca tu ventana de viento y luego ten certeza y suelta. Una relación empezando: buscamos la manera de adherirnos, manejarla, controlar como va a ir todo para evitar cualquier tortazo. Buscamos enredar dos cometas y volverlas una, sin entender que el otro cometa también tiene ese operador manejando sus propias cuerdas, quien no va a dejar su puesto, solo porque hemos llegado. El conductor del cometa “B” podrá volar a tu lado, pero dos cometas enredadas jamás podrán coger vuelo y terminarán inminentemente estrelladas en el mar. Por el contrario, se acaba algo, y de una queremos recoger los pedazos para evitar sentir lo que realmente toca; hacemos plan de acción para poner todo en su lugar en vez de tomarnos un minuto y disfrutar del desorden en que nos vemos sumergidos, ver qué pasó, por qué se cayó la cometa, mirar las condiciones del tiempo, ver a dónde está nuestra ventana de viento y si la cometa ya está posicionándose en la dirección correcta antes de ponerla en los aires de nuevo.


Nos apuramos para estar volando de nuevo porque no soportamos vernos caídos y sin aparente movimiento, solos, y sin dirección… sin darnos cuenta que si paramos, observamos, contemplamos, poco a poco el viento se encargará de llevarte de nuevo, sutilmente, a tu venta de viento para poder volver a despegar, porque de lo contrario no se levantará o lo hará con tal fuerza, mientras estas desprevenido y no listo para volver a tener el sutil control, que terminarás volando por los aires, con una caída mayor. Las primeras clases pensé que lo tenía todo, sino controlado, entendido por lo menos, y ya estaba lista para montarme en esa tabla o así me lo hicieron creer, porque la otra gente también tiene miedo de hacerlo mal, porque si el alumno no aprende en tantos días será culpa del profesor, sin pensar que cada alumno aprende de una manera y a un ritmo diferente, y no todos los profesores son para todos los estudiantes. Llegué a Essaouira, dispuesta a salir de allí montada en la tabla. Allí las condiciones eran totalmente diferentes a donde primero aprendí, si se puede decir, son algo mas rudas, pero con suerte me tocó un maestro como Mister Miyagi.


Mi Mister Miyagi personal, un catalán que lo que no tiene en años o estatura lo tiene en sabiduría, me mantuvo “wax on, wax of” por 3 días. Menos mal me conoció hoy día, a los 42, cuando estoy lista para empujar mis límites pero con calma, porque a los 20 le hubiera dicho “¿qué? ¡móntame en esa tabla ya, que no hay tiempo pa’ tonterías!” y ya saben lo mal que la hubiese pasado, ¿no?. Hoy no, hoy dejé que mi sensei del agua me hiciera pensar, me hiciera entender qué era lo que el kite necesitaba de mi para volvernos uno, para que jugáramos en el mismo bando, para que fuera mi aliado en este deporte que amo sin aún siquiera haber sentido la tabla bajo mis pies, para que tuviera confianza en que si podía dejarse conducir porque yo sabía, a dónde lo íbamos a pasar mejor, porque al kite lo tienes que enamorar, hacerlo tener certeza y fe en ti.


Mister Sensei me hizo parar, escuchar, sentir, mirar, ser suave, tomarlo con calma, no forzar, no detener el flow, no cortarle el aire a la cometa… y finalmente cuando eso engranó, cuando le di de vuelta su poder, cuando permití que se llenara de fuerza y gracia, me compensó con ochos perfectos y maravillosos bajo olas que chocaban contra mi cara, y ni así me hacían parar. Y a veces la cometa hasta salía a mi rescate para sacarme del peligro eminente de tragar agua salada, y me hacía volar con ella, pero ya no de rebeldía sino de pura solidaridad de equipo. No fue hasta que dejé de pensar que el control tenía que venir de la fuerza y no de la sutileza y el soltar, que logré bailar esta danza de viento, cometa y mar.



Otra cosa a lo que el kite me abrió los ojos fue al la dinámica del miedo. Yo le tengo miedo al agua, no sé en qué momento comenzó, porque de niña era un pez; serían las tantas veces que me revolcaron las olas en La Guaira que poco a poco fui aprendiendo lo que el mar era capaz de hacer, que me entró como pánico, tanto que poco me meto hoy en él. Y entonces hace un año pasó algo glorioso, hice snorkeling por primera vez. Mi pareja en ese momento, amorosamente me ayudó a poder hacerlo; con paciencia me dejó que poco a poco se me quitara la ansiedad de poner todo mi cuerpo debajo del agua, y de la mano me llevó a entender que para descubrir el mundo allí abajo era necesario superar cualquier miedo. Y así fue, mi curiosidad y mi necesidad de conocer y ver otro mundo, de acercarme a esa tortuga o a ese pez, era mucho mayor que cualquier temor, y poco a poco me iba olvidando de el. Así es que empecé a comprender realmente que el miedo esta sin duda en la mete, no en la realidad ni en los sentidos. En lo que sacaba a la mente de la obsesión de fijarse en el miedo y ponía su atención en la magia de la vida debajo del mar, entonces ya no lo sentía.


Con el kite en Essaouira pasó lo mismo, el primer día de clase de pronto vi ese mar lleno de olas, una detrás de otra, y me dije: “oh Dios, con esto no sé si podré”, así que sólo pagué por una clase primero, porque me dije que yo mejor en una bahía tranquila o un lago, pero bueno, le iba a dar un chance a la cosas. Y de nuevo, en el momento que mi foco se fue de la ola, de lo que me paraliza de miedo, y por el contrario lo puse en mi sinergia, mi baile con el kite, se me olvidó hasta que habían olas, ellas venían, me pegaban, mientras yo solo pensaba en mantener mi kite por los aires, y aprender cómo hacer para que el me rescatara de tragar agua salada masivamente. Al quitar la atención del miedo, ya el no existió mas. Tu eliges pensar sólo en la caída del caballo o en la belleza del paseo y la libertad de su galope; tu eliges tu foco y tus eliges tus miedos.


Al salir de nuevo a la playa, después de dos horas dentro del mar en esa primera clase, donde me sentía como chica pequeña y no hacia más que estar de risa en risa, vi de nuevo el mar en el que había estado, sin duda, divirtiéndome, y me impresionó. Por un minuto me entró el pánico hasta casi decir “no vuelvo allí mas”, y al escuchar eso en mi mente, fue que de veras entendí cuando el miedo sólo estaba en nuestra cabeza, y como si lo dejamos a el manejar nuestra vida, jamás volaríamos, jamás nuestro foco estaría en la belleza sino es el terror. Así que sin dejar a la mente hacer sus juegos diabólicos, cogí mi kite y volví a entrar a ese mar con el que planeaba hacer una larga amistad.


Y es así como ésta parada en Essaouira me ha mostrado una vez mas, como está en nosotros ver las señales, aprender las lecciones, superar los miedos que están solo en tu cabeza y como la certeza de que hay una mano direccionando la cometa para que vueles en el dirección a tu ventana de viento, es imperativo. Sin esa mano la cometa vuela sin control o no vuela, pero cuando se une cometa y conductor, todo es posible, y el ir con el flow es la repuesta. Con el surf debes esperar la ola correcta para surfearla, con el kite es esperar por la oportunidad de viento y dirección correcta del cometa para comenzar el juego y navegar.




Essaourira será para mí un puerto de entendimiento, lugar donde la teoría engranó con el cuerpo. Al miedo lo mandé de paseo mientras el cuerpo jugaba entre las olas del mar y de la vida. Corrí como Dios manda en un caballo, sin miedo a la caída que siempre es posible en el lomo de ese animal. Hice del mar mi amigo y el kite mi amante y conseguí estar en el abismo de un hermoso posible torbellino, en el momento incorrecto; y un poco con ayuda divina, humana y algo de control, salí de él corriendo, y no por cobarde sino por adulta, antes de dejar que mi miedo occidental de “¿qué pasará si dejo todo en manos de Challa y no en las mías, se pierda una gran oportunidad?” se acaparará de mi, como si en el pasado no ha sido mi imprudencia la que lo ha hecho todo añicos.


Para muchos su tarea es dejarse llevar por las pasiones, porque jamás se lo permiten, pero hay otras como yo que debemos aprender a no siempre tomar la ola, por muy bella que parezca, porque hay olas que son para ver, otras las perfectas para surfear, y otras para las que aún no estamos listos por muy maravillosas que parezcan, por lo que hay que simplemente esperar. Y aunque si es verdad que el tren solo pasa una vez, un sabio me dijo una vez que todo lo que tienes que hacer es pescarlo en la siguiente estación. Pero esa es una historia mas privada, que quizá un día cuente o no; lo que si sé es que el resultado de vivirla logró hacerme dar cuenta de como he aprendido ha que no es agarrarse sino soltar lo que hará el kite volar.


¿Estoy cansada de tanta aventura? Quizá mi cuerpo lo está, pero mi alma está lista para ¡más!


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