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¡Oaxaca se robó mi corazón!

  • by Valeria Karina Heredia Valladolid
  • Sep 14, 2017
  • 4 min read

Hace unas semanas fui a Oaxaca y para visitar a mis amigos Xochitl y Pedro. Estuve en el Centro de las Artes de San Agustín, y mientras contemplaba el hermoso cielo de ésta ciudad desde éste lugar tan icónico de las artes, entendí porqué Oaxaca es tan rico culturalmente. El segundo día hicimos un paseo por el Jardín Etnobotánico, y fue un impactante descubrir el increíble diseño en esta propuesta botánica.


Pero el tercer día nos esperaba como en secreto una gran aventura, al decidir visitar Santa María Tlahuitoltepec . Pedro rentó un carro y así con Google maps como guía, los tres nos adentramos en las montañas donde la señal del satélite, sólo con mucha suerte, lograría encontrar el camino… y por lo visto, ¡no lo encontró!. Así que después de dos horas y media de carretera, dos vueltas equivocadas, dos caminos cerrados y varios kilómetros de terracería, llegamos a San Pedro y San Pablo Ayutla. Teníamos un hambre de perros que casi nos quitaba la sonrisa, y buscando que comer, finalmente conseguimos un lugar donde nos recibieron con un "tepache", una bebida fermentada; pero no la tradicional de piña que conocía; éste lo endulzan con pinole y le agregan unos granos de maíz cocido. Mientras comíamos aprendimos a decir Buenos Días en Mixe: "mäay", y después de comer unas ricas enchiladas seguimos nuestro camino.


Una hora más tarde, con mucha suerte y algunos rezos en medio, llegamos a Santa María Tlahuitoltepec, un lugar que de entrada me creó un poco de recelo, pero decidimos estacionar y entrar al mercado. Había muy pocos puestos abiertos, algunos vendiendo artesanías, pero nosotros queríamos conseguir alguno de los bordados tradicionales en ésta zona del país, así que fuimos preguntando de tienda en tienda, hasta que finalmente nos dijo una chica: “hay solo uno donde están bordando, está ahí adelante”. Es así como Xochitl dió con la casa de Dionisio y sus telares, ubicado en la planta alta del mercado, en donde entre hilos y sueños se realizan los más hermosos rebozos que haya visto.

Mientras Pedro, Xochitl y Dionisio platicaban, salí un momento al patio, desde donde se escuchaba la banda de la escuela ensayando en el auditorio. El lugar estaba decorado con una decena de hermosas blusas bordadas con notas musicales, guindadas en el tendedero. Las hice a un lado por un segundo para poder ver qué había más allá, y fue cuando lo comprendí ¡todo!. Ahí estaba delante de mí "El País de las Nubes " del que Xochitl siempre me hablaba. Las montañas son abrazadas por inmensas y hermosas nubes donde en lo alto aún no se disuelve la hospitalidad; donde la empatía y generosidad se dan a manos llenas. Santa María Tlahuitoltepec está impregnada de sonrisas, de la música que emana cada carcajada, de sus tejidos que enmarañan el amor y el orgullo que siente cada habitante por su Madre tierra en cada uno de sus elaborados y hermosos bordados. ¡Me enamoré en ese instante!


De pronto me despertó de mi encantamiento la voz de Dionisio, “vamos a donde mi esposa se compra las blusas” escuché decir a nuestro anfitrión, “¿Traen carro? Porque esta muy abajo”.

Emprendimos la marcha camino a la tienda, pero nos detuvimos a probar “pulque”, una bebida alcohólica fermentada de origen prehispánico, elabora de la fermentación del “mucílago” ó el “aguamiel” que viene del agave o el maguey. En mi vida había tomado pulque, y no era lugar para negarme a la invitación, era tanta su amabilidad que había que arriesgarse, a fin de cuenta, para esos son los viajes.


Finalmente llegamos al taller, una casita sencilla, un poco tienda de abarrotes, un poco papelería y lo demás taller de costura. No tenían ninguna prenda que nos quedara, pero con la amabilidad y el cariño que caracteriza a los oriundos de esta región, María tomó nuestras tallas para hacernos unas blusa a la medida, hasta nos permitió escoger el color de los hilos y con toda la paciencia hizo muestras para ver si nos agradaba. Quedaron María y Xochitl en verse en el centro de Oaxaca unos días después para entregarle el encargo.

Mientras Dionisio y el esposo de María platicaban con Pedro mostrándole todas la atenciones posibles con mezcal y cerveza; a nosotras también nos ofrecieron un buen caballito - bebida hecha con tequila blanco, granadina, agua de azahar, jugo de naranja, y un poco de hielo picado- esta bebida lleva su nombre por el pequeño vaso de tequila en el que es servido. Y ahí estuvimos un buen rato platicando como grandes amigos, escuchando de sus usos y costumbres, del amor a su gente, y del agradecimiento que tienen hacia la Madre Pacha.


Probé el mezcal y era tan especial y delicioso que quise comprar para mis amigos en Ciudad de México, así que me llevaron nada más y nada menos que con los ¡maestros mezcaleros!... ¡Yo ya ni creía mi suerte!. Todo era sencillez y agradecimiento, en cada lugar que pisabamos te hacían sentir realmente "en casa". Ya al llegar al lugar del mezcal me sentía un poco, digamos “alegre” o mareada de tanto probar alcohol, así que incapacitada para realmente poder distinguir la mejor botella, compré un par de ellas; un reposado y uno de manzana. Regresamos al auto y de ahí a casa de Dionisio donde Xochitl adquirió un rebozo increíble - prenda femenina tipo chal o mantilla larga-, nos despedimos con la promesa de regresar y con todo el cariño que esa hospitalidad tan inesperada merecía.


El regreso no fue más afortunado que la llegada pues Google maps no sabe de montañas con magia, ni mucho menos de caminos escondidos cerrados y ocultos. Logramos llegar al punto de partida al rededor de las 11pm, aproximadamente 4 horas después de lo planeado, con tanta felicidad y emoción que cenamos unas deliciosas tlayudas -algo así como una pizza Oaxaqueña- y un chocolate con agua en medio de las más exquisitas carcajadas.


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