Bisexualidad: El Amor es un Regalo más allá del Envoltorio.
- Ileanna Simancas
- Sep 24, 2017
- 24 min read

El mundo está de cabeza y los humanos seguimos en nuestra misión inaudita de separarnos en guetos en lugar de unirnos como una sociedad única; una raza “superior” a la cual el poder del pensamiento crítico nos diferencia de otras razas menores, o eso cuenta la teoría, aunque últimamente empiece a creer que los delfines nos superan. Terremotos, volcanes y huracanes destrozan a nuestros pueblos, y todavía seguimos basando nuestras riñas y disputas en temas tan básicos y casi del Medioevo, como si eres hombre o mujer, si Dios es de un lugar o el otro, si la política debe hacernos ricos a todos o pobres a todos, menos, a los gobernantes; si el dinero es sucio o no, o la peor de todas, que si María ama a José, Elena a Rosa y Juan a Ernesto, sea un tema de gran debate y disrupción familiar en la mesa… y si la cosa es que María amaba a José, después a Rosa y ahora a Ernesto, ya eso si es ¡el grito al cielo!
Desde niña he sido una eterna enamorada del amor, creo historias de idilios en segundos. Mi mamá siempre cuenta como de chica me quedaba horas mirando al infinito, y cuando me preguntaban en qué pensaba, contestaba casi siempre lo mismo: “con quién me voy a casar y cuantos hijos voy a tener”, y terminaba con “no he hecho nada con mi vida” a los ¡siete años! Vivo con Mafalda y Susanita desde que tengo uso de razón, y una constante batalla interna que ellas debaten sin mi consentimiento, donde Susanita crea historias de amor y Mafalda se encarga de mantenerla con los pies en la tierra. Ambas en mi cuerpo, me hacen vivir con la disyuntiva si quiero que el “príncipe” llegue y me salve de las garras de la soledad infinita, o si sola en mi hamaca desde donde escribo, en una isla llamada Bali, se está de puta madre. ¡Wait!, ¿dije príncipe?... Ile, ¿pero a ti no te gustaban las princesas?.. Y allí empieza esta historia.

Hace exactamente 6 años, 9 meses y 20 días, en la ciudad de “la movida” de los años 80, conocí a una andaluza que revolucionó mi mundo como lo concebía hasta entonces; lo puso de cabeza, desordenando mi pelo, mi cama y mi vida. Llegó como el huracán María y arrasó con todo lo pasado, creando una nueva versión de una Ileanna que pensó lo había vivido todo para ese entonces… Pero, ¡qué lejos estaba de esa realidad!
Dicen que cuando te toca, te toca, y lo nuestro fue como guiado por un arquitecto de vidas, donde el “serendipity” funcionó a su máxima expresión. Yo salía con un chico, el último con el que saldría por mucho tiempo, años en realidad, y el más patán de los hombres con que alguna vez salí. Nunca me gustaron los machos vernáculos; mis parejas siempre han tenido un lado femenino muy desarrollado y una sensibilidad a veces, hasta más frágil que la mía. Pero por una razón karmática que no conocería sino hasta años después, estaba con ésta persona. El hecho es que hasta entonces salía con un él y no con una “ella”.
Para que esta hermosa y peligrosa andaluza y yo consideramos pasaron 4 meses de “casi” encuentros que nunca llegaban a concretarse.

7 de septiembre 2010: celebrando mi cumpleaños, una amiga se tiene que ir, dejando el pequeño grupo de celebración huérfano de su presencia. Le pedimos que no se vaya, nos dice que ha quedado con otra amiga. Le digo que la traiga, me dice que mejor no, porque su amiga es un poco “peculiar” y no va a querer. Como insistimos, le pregunta a su amiga, la cual rechaza la invitación como era previsto. Mi amiga se va, y así la primera oportunidad de un encuentro.
Algún día de octubre 2010: esa misma amiga me invita a ver su obra de teatro, y a su amiga andaluza también. Ella llega con su melena negra alocada y suelta, y su lunar de canas desafiante, que la hace de inmediato diferente. Un pantalón negro muy ceñido a sus largas piernas, una camiseta de obrero blanca, chamarra de cuero y un casco de moto en la mano… si, la típica foto de película cuando llega la/el protagonista, “mala (o), malísima (o)” a la pantalla. Una mezcla entre James Dean y Angelina Jolie, pero con una de esas risas de castañuelas que contagian. Vemos la obra, una sentada al lado de la otra, muy pegadas, porque así lo exigía el teatro improvisado en un galpón donde se presentaba el espectáculo; pierna con pierna, brazo con brazo, pero nada en aquel momento pasaba por mi mente… o por lo menos no lo recuerdo, aunque imagino alguna tecla debió tocar para acordarme tan claramente de esa noche, cuando generalmente no me acuerdo ni de qué comí ayer. De vez en cuando ella me hacia algún comentario, casi fuera de lugar, y yo poco entendía en su hablar rápido y extraño. Al terminar, todos fuimos por una copa menos ella, que salió corriendo cual Cenicienta, no se fuese a convertir en la rana que quizá era. Ella misma meses después me contaría que los nervios no le permitieron quedarse como era lo habitual.
Algún día de octubre 2010: esa misma amiga me invita a ver su obra de teatro, y a su amiga andaluza también. Ella llega con su melena negra alocada y suelta, y su lunar de canas desafiante, que la hace de inmediato diferente. Un pantalón negro muy ceñido a sus largas piernas, una camiseta de obrero blanca, chamarra de cuero y un casco de moto en la mano… si, la típica foto de película cuando llega la/el protagonista, “mala (o), malísima (o)” a la pantalla. Una mezcla entre James Dean y Angelina Jolie, pero con una de esas risas de castañuelas que contagian. Vemos la obra, una sentada al lado de la otra, muy pegadas, porque así lo exigía el teatro improvisado en un galpón donde se presentaba el espectáculo; pierna con pierna, brazo con brazo, pero nada en aquel momento pasaba por mi mente… o por lo menos no lo recuerdo, aunque imagino alguna tecla debió tocar para acordarme tan claramente de esa noche, cuando generalmente no me acuerdo ni de qué comí ayer. De vez en cuando ella me hacia algún comentario, casi fuera de lugar, y yo poco entendía en su hablar rápido y extraño. Al terminar, todos fuimos por una copa menos ella, que salió corriendo cual Cenicienta, no se fuese a convertir en la rana que quizá era. Ella misma meses después me contaría que los nervios no le permitieron quedarse como era lo habitual.

11 de noviembre 2010: mi amiga y yo quedamos a almorzar en algún chiringuito de sushi en la ciudad y a pasar la tarde madrileña conversando de la vida, el amor y las penas. Cuando se acaba nuestro encuentro la acompaño hasta la puerta de un lugar en el barrio Malasaña, porque estaba vía a mi casa. Mi amiga tiene la fiesta de cumpleaños de la pareja de la amiga “peculiar”, y por cuya peculiaridad no me invitaba a entrar con ella a ésta celebración, ya que eran muy “peculiares” para aceptar a una extraña. Me despido de ella y sigo mi vía, sin siquiera imaginar lo que éste lugar se convertiría para mi dos meses más tarde.
13 de noviembre 2010: una que hasta entonces era mi amiga, y cuatro años mas tarde se convertiría en mi pareja, porque todo estaba dentro de un plan perfecto, me presenta a unos amigos en una comida en su honor, mientras estaba de paseo por Madrid.
Entre el 5 y el 15 de diciembre aproximadamente de 2010: los amigos de mi amiga me invitan a una fiesta en su casa, una fiesta de cumpleaños poco convencional que comenzaba a las dos de la tarde en lugar de la noche como es lo tradicional. Así que salgo del colegio donde era profesora de ingles en la época (vaya si he tenido trabajos yo) y me voy a la fiesta. Una fiesta del mundo del fashion y el entretenimiento de España, porque su anfitrión es un diseñador de modas y artista reconocido en el mundillo. Yo que estaba en mi año sabático de ese (el que siempre fue mi mundo), hallé el encuentro con mucho más glamour y pose de lo que estaba dispuesta a tolerar en esos días, así que después de dos horas decidí que era momento de partir, y fui a buscar mi cartera.
Mi zapato se desamarró, por lo que me senté en el sofá justo en la entrada de la casa a amarrarlo, cuando de pronto reconocí el extraño hablar y la risa de castañuelas que había conocido en el teatro hacía algo más de un mes. Ella se percata de mi presencia sólo al entrar, y me reconoce de la obra, y en su manera muy “peculiar” de ser, porque al final resultó que sí era muy peculiar, me saluda y de inmediato acapara todos mis sentidos para ella. De pronto como por arte de magia, la fiesta comenzó a volverse viva, tan viva como el agudo de sus castañuelas y su apellido; mi presencia allí cogió sentido, y consiguió su misión. El irme se convirtió en quedarme hasta que la fiesta acabara, hasta que la última persona se fuera, que terminamos siendo nosotras dos.
Nuestro encuentro fue inesperado, como suelen ser los encuentros. Creamos un aura eléctrico por donde pocos pudieron entrar después de posar los ojos una sobre la otra. Yo no entendía muy bien qué me pasaba con este ser escandaloso y particular, pero algo me empujaba a él, algo me hacía estar a su lado. Otras nos hablaban, pero fue sólo con otra chica que hubo una igual atracción, bueno no igual, era sin dudad diferente, era la atracción de almas amigas que siempre habían conocido de mujer a mujer. Lo que no sabía aún es cuán importantes ambas serían en mi vida… una venía del cielo a ayudarme a transitar por el infierno en el que la otra me sumergiría. Una era el huracán y la otra el salvavidas. Desde el primer momento se dibujó la mecánica de nuestro baile. Mi infierno no estaba sola en esa fiesta (ni en la vida); ella venía con pareja, compañía, la cual parecía ser inexistente ante los ojos de todos esa noche, en donde era obvio que por ese día solo existía yo.
Me fui de esa fiesta con los cimientos movidos, pero sin saber exactamente el por qué; esa sensación de saber que algo te pica pero no sabes dónde rascarte, algo así. Esa misma noche fue la última que tuve con ese chico con quien salía. Al partir de la fiesta, decidí irme a su casa para sorprenderlo, porque estaba algo molesto conmigo por no irme a cenar con él, y en lugar quedarme en el famoso cumpleaños. Me fui en taxi a las tantas de la madrugada a las afueras de Madrid, y al llegar la sorprendida fui yo.

Cuando me abrió la puerta con cara de pocos amigos me dijo, “¿qué haces tú aquí?”. Yo a punto de risa, pensando que bromeaba, le dije ingenua, “vine a darte la sorpresa de pasar la noche contigo, que pensé, era lo que querías según tu pataleta”. “No vuelvas a aparecerte en mi casa a estas horas y sin avisar… Pasa, me voy a dormir”, y siguió su camino directo a la cama. Me quedé con la boca tan abierta que me hubiese cabido un gato dentro si se equivocaba de ruta y entraba por pura curiosidad, pensando que era la cueva de algún ratón. Me senté en la sala a oscuras a intentar poner mi cabeza en orden y cerrar mi boca lentamente, y decidir mi próximo paso.
Eran casi las tres de la madrugada, ha unos 50 euros de mi casa, y uno con salario de maestra sufre mucho esa cantidad de dinero. Era ¡mi orgullo o mi billetera! Cuando finalmente retomé la compostura y me paré para hacerle caso a mi orgullo e irme, salió él de su habitación: “para dónde vas, es tarde, ven a dormir y deja el drama”, me dijo de nuevo más seco que el desierto de Merzouga. No quise alborotar el avispero mas de lo que estaba, así que pensé que una noche más no iba a cambiar las cosas; en la mañana me iría por donde mismo vine y hasta allí llegaría ésta historia, sin mucho más drama del necesario. Y así fue. Al despertar le pedí que me llevara a casa, y él como si nada pasara lo hizo. Me llevó, y esa sería la última noche que dormiría en los brazos de un hombre por mucho tiempo.
Un par de días después de la fiesta recibí un email de la andaluza, que para aquel que no sepa que significa dicho termino, aquí les dejo ésta explicación: andaluz, persona oriunda del sur de España, con tanta gracia, simpatía y carisma que tuvieron que buscar una frase única que los describiera, “un andalu’ tiene mucho salero”, o sea que tiene mas sal que Dios. Así mismo era esta chiquilla ante mis ojos, tan diferente, original y creativa que tendrían que pasar muchos años para darme cuenta que era todo un disfraz, y que la originalidad era porque yo no la conocía; con el tiempo y los golpes entendería que como todos, ella tenía su “modum operendum”, y esa “originalidad” que la hacía resaltar entre miles, la hundiría ante mis ojos en el futuro. Pero en aquel momento era el ser más, ¿cómo te digo?, ¡sí!, ¡eso!, mi amiga tenía razón, el ser más “particular” que había conocido en mi vida.
Era todo un Casanova en cuerpo de princesa. En su email solo venía adjunta su tarjeta de presentación. A mi me alegró de manera poco común saber de ella, pero aún sin poder saber por qué. Quedamos esa primera noche en la plaza Dos de Mayo, que quedaba muy cerca de mi casa, a las 6:18pm… sí, así es, no a las 6:00pm, no a las 6:15pm, a las 6:18pm… Tan original era que aún me acuerdo de esto después de siete años. Y así serían siempre nuestras citas, números extraños en circunstancias hermosamente sombrías, 7:27, 9:22, 1:49…
Esa noche, después de que se quemara el cabello con una vela sin querer, por tanto meneo que llevaba ese cuerpo dentro su vestido vintage, y unos nervios visibles hasta para mis ojos que no estaban aún por la labor de entender lo que veían, me di cuenta que éste encuentro no era de dos amigas. Nunca me había tirado “los tejo” de una mujer, y nunca me había gustado tanto que me los tiraran. Algo me sucedía cuando estaba a su lado… sí, eran mariposas, mariposas de pies a cabeza, unas mariposas grandes que volaban por todo mi cuerpo pero un poco desconcertadas, como no muy seguras de hacia dónde volar.
Se apoderaban de mí unas ganas locas de besarla, para que callara un poco tanta locura que hablaba. No pensé mucho, y mucho menos me juzgué por ello, solo dejé ser lo que debía de ser. Ese día no hubo beso, ni tampoco en un par de próximos encuentros que le siguieron. Yo me iba a Venezuela a celebrar el cumpleaños 96 de mi abuela paterna, una fiesta sin precedente en la familia Simancas desde que tengo memoria, donde todos, absolutamente todos, nos reunimos a celebrar la vida de la vieja y lo que sería su último adiós, porque por una caída tonta en esa fiesta, un mes mas tarde, estaríamos “celebrando” su muerte… Bueno, no celebrándola claro está, pero ya me entienden. El cuento es que ya dejaría Madrid por unos días, y la gitana y yo teníamos una cita para despedirnos.

Quedamos en mi café favorito de la ciudad, algo entre un bar, una casa de té y la casa de tu abuela, “Café de La Luz”. Nos sentamos en el mejor rincón junto a la ventana. Ella más nerviosa de lo normal (que es bastante decir, porque la chiquilla es cualquier cosa menos serena) me traía un no sé qué regalo dentro de una bolsa. Al abrirlo, estaba el primer cuadro que me regalaría pintado por sus manos de artista; en nuestros dos años de amorío, era una mujer con cuerpo de pez y alas de pájaro, algo así como un centauro del mar y el cielo, un centauro azul. Era bonito, casi infantil, o mejor dicho ingenuo… y tan premonitor.
Luego me sacó un CD (aún se regalaban Cd’s en aquel entonces) de un cantante español, tan gitano como ella, que no conocía hasta ese día (Zenet) y me dijo que “Soñar Contigo” era mía, era mi canción, y ya sabrán qué fue lo primero que hice esa misma noche al llegar a casa. Después de darme mis regalos de despedida que me tenían embelesada (porque entre nos, ¿qué hombre que te ha visto tres veces, sin ni siquiera haberte besado, te despide con un detalle así después de los 18?) me dijo, “necesito que me ayudes con algo… necesito que borres mi contacto de tu teléfono”. La miré extrañada, algo sorprendida, pero saqué el móvil y borré su contacto como me lo pedía.
Se quedó perpleja, aún no se por qué; que no le llevara la contraria supongo, que no le hiciera preguntas o rechistara, y como buena mujer, porque la que me diga que nunca a hecho esto la cacheteo, me miró y me dijo indignada “¿así de fácil lo borras?”. Pero a ver, ¿no era eso lo que me había pedido?, y fue eso mismo lo que le contesté. Ella comenzó con una retahíla de cosas, casi un discurso político que no recuerdo con detalle, pero que tenía que ver con lo mucho que yo le gustaba, pero lo imposible de nuestra relación porque ella estaba comprometida, y entonces no podía, pero quería, pero entonces que tú y yo, y el universo… y yo lo único que hacía era ver sus labios carmín moverse, sin escuchar realmente lo que ella pretendía que yo entendiera.
Así que sin poder más con la tentación de probar esas fresas que dibujaban su rostro, la besé… Exactamente, ¡yo la besé!, yo la hetera a la que le echaban los tejos, ¡yo la besé!, la que juró ante la Biblia que con alguien comprometido ¡jamás!; quizá me lo hizo fácil el hecho que fuera mujer y no me creyera capaz de enamorarme así de una, pero sea por lo que sea, ¡yo la besé!, y con eso logré que por un minuto se callara y mantuviera la calma; un minuto de paz que me constaría luego perder la mía, entre muchas otras cosas que ganaría y perdería durante esos años.
Fue un beso que drogó mis sentidos y literalmente mis labios. Poco sabía yo de drogas en aquel momento, a pesar que ya estaba en mis treintas pasados; poco bebía y como mucho una jalada de marihuana de vez en cuando. Ese día tampoco sabía lo que me pasaba, ingenuamente pensé que mis labios se habían quedado muertos de tanta emoción, o que el labial que ella usaba era de esos que te hinchan los labios y los sientes un poco dormido. Así mismo se lo pregunté, y claro, ella reía por dentro a carcajadas y por fuera nerviosamente con mi pregunta, sin poder decirme la verdad que conocería no mucho después de volver de mi tierra, ya enamorada de ella hasta la médula, que tenía una pequeña adicción a un polvito blanco que no solo te dormía la boca sino que te doblegaba hasta el pensamiento, pero trató aquí de no saltarme los años ni los cuentos.
En ese momento las dos volábamos de felicidad. Su información volvió a mi móvil y durante todo los días que estuve en mi país no pasó ni uno solo sin un mensaje, llamada o email suyo. Yo me sentía inspirada, ilusionada, enamorada y realmente ciega, tanto, que se me olvidaba que ella no era libre de estar conmigo aunque así lo pareciera. Con la necesidad de compartir esto con alguien más que mi almohada, le conté a mi prima con la que me quedaba, quien es como mi hermana mayor y a la que siempre consideré ser un poco alocada y liberal, lo que me sucedía; si alguien entendería, tendría que ser ella pero, qué equivocada estaba… todo el mundo es liberal hasta que le toca a la familia, y ella resultó ser mas conservadora de lo que podía imaginar. Mi prima se quedó en una pieza cuando le dije, “prima, creo que estoy enamorada de una mujer”, frase que repetiría sin el “creo” durante los siguientes meses a todos los que conocía.

Al regresar a España, nos envolvimos en un torbellino de romance, sábanas, fiestas, comidas, familia, amigos, risas, usos, abusos, canciones dedicadas, y poemas escritos; descubrimientos nuevos, bellos y terribles. Yo venía de estar cinco meses en la India en una de búsqueda del “yo”, y ya me creía con súper poderes; recuerdo estar andando por una vía, un día en mi camino a verla, diciéndome: “ok Ile, veamos qué tanto puedes amar a alguien sin intentar cambiarlo” dadas las circunstancias de pareja, adicciones y otras historias que aún desconocía.
No solo reprobé esa dura prueba, pero la que terminó dando un giro inesperado fui yo, y no ella. Sin embargo, me entregué a vivir completamente cada minuto de amor con éste ser que mucho venía a enseñarme cosas como tolerancia, entrega, conocer un lado de mi que ama explorar todos los contextos humanos para poder llegar a entenderlos y no juzgarlos. Ella me dio una familia en las tierras madrileñas, y una historia de amor tan bonita como dura. Me inspiró a escribir mi primera pieza teatral, y me dio sin querer la fuerza de hacerla realidad. Pero lo más importante que me regaló fue el conocer mi capacidad de amar profundamente a alguien, más allá de lo que tenga entre las piernas.
Me demostró que yo lo que amo en una persona es su ser y la conexión que nos une, esa tira de plata que conecta a dos seres, la cual no es eterna pero es verdadera. Pasó mucha agua por debajo del puente antes de que esa línea se rompiera, pero como todo, un día así lo hizo. Esa andaluza me regaló encontrar mi identidad bisexual de la que estoy profundamente orgullosa y agradecida, porque me permite ser un pez y un pájaro, entender lo que es volar y nadar, un espíritu conectado al azul de éste mundo sin saber dónde empieza el del cielo y termina el del mar.

Pero no todos los ven así… si creen que ser gay es complicado, traten de explicar el bisexualismo. Escribo y comparto esto, no porque a nadie le interese mi vida sexual detrás de la puerta de mi cuarto, lo hago porque yo en mi “proceso” de “salir del closet”, el cual nunca padecí, donde no tuve ojos juzgándome de amigos y familia (y si los hubo nunca me percaté) estoy perpleja a lo que podrá ser ahora lo contrario si termino enamorada de un hombre en lugar de una mujer. Mis amigas heteras sentían curiosidad más de cuentos sexuales que de otra cosa; mis amigos nos les dio ni frio ni calor, mi familia a algunos les serví de ejemplo para que vivieran su propia verdad, y otros simplemente lo aceptaron, porque igual yo nunca he sido muy normal.
Quizá es por mi personalidad o fue por la edad, pero nunca me molesté en ocultar nada; nadie me mantenía así que a nadie más que a mi misma le debía explicaciones, y yo no me las pedía. Después de ella, pasaron casi siete años sin yo tener ojos para más que personas de mi mismo sexo. No tenía nada en contra de los hombres, por el contrario, mientras más relaciones vivía con chicas más los compadecía de nuestra locura… Ellos pueden ser seres tan básicos, y nosotras tan intrínsecamente complicadas, desde el funcionamiento de nuestro cuerpo hasta la compleja maraña que llamamos mente. Claro está, esto es una generalización a muy grandes rasgos, ya que hay hombres que son tan o más complejos que una (con los que yo generalmente me encuentro) y mujeres que pueden ser hasta más prácticas y cortantes que cualquier hombre.
La andaluza no fue mi primera relación sexual con una mujer, había experimentado un par de veces antes y sabía que sexualmente me podían atraer. Lo que ella me hizo entender de mi fue, que no sólo podía sentir libertad de relacionarme sexualmente con una persona de mi mismo genero, sino la completa y profunda capacidad de amar, relacionarme, crecer y hasta hacer una vida de familia con una mujer; eso si era todo un descubrimiento. Desde entonces la gente insiste en que debo estar en una casilla para ellos sentirse a salvo, y quieren fervorosamente que diga que soy gay o aunque sea, hetera en fase experimental, y todo lo que logran es siempre la misma respuesta: soy bisexual.
Escuchaste bien, bisexual. Que yo esté con una mujer no me hace lesbiana, y que esté con un hombre no me hace hetera; mi “estatus” o mi orientación sexual no cambia dependiendo de mi pareja, porque es mío y no lo determina con quién estoy hoy. Mi orientación sexual para la tranquilidad de todos es bien definida: yo soy bisexual, esté con quien esté, aunque pase una vida entera sin volver a estar con un sexo u otro seguiré siendo bisexual. Disfruto y me comprometo plenamente en amabas relaciones, y no extraño uno u otro cuando estoy con el sexo opuesto, mas o menos de lo que tu extrañas las mariposas de una nueva relación después de años con una misma persona. Hay tanta ignorancia con referencia a la bisexualidad que me abruma. La sigla de la comunidad lleva un B por una razón, LGBT, y ni así se nos respeta como algo más que un unicornio. Que la comunidad hetera no lo entienda, pues lo respeto, entiendo que algo de lo que uno está tan alejado es difícil de comprender, pero que sea mi propia comunidad LGBT la que nos juzgue, condene y critique, es algo que no podré nunca entender ni aceptar.
Luego de terminar con mi pareja, pasé mucho tiempo sin voltear a ver ni a mi espejo, pero llegó un momento que ¡milagro!, ¡volteé! y ésta vez no fue una melena larga y alborotada la que me hizo palpitar, esta vez fue todo lo contrario… y no es que volteé y seguí andando, no, volteé con todo y cuerpo, mente y mariposas revoloteando. De esos momentos que se lo quieres contar a todo el mundo, porque es casi como un despertar, “miren, miren no estoy muerta, aún ¡siento!”. Así que lo hice con algunas de mis amigas heteras que solo dijeron, ¡wow!, ¿en serio?, ¿con un tío?, ¿cuánto tiempo hace que no te gustaba uno?, ¿cómo te sientes?, y ¿tú le gustas a él?, ¿y puedes llevarlo a distancia?, ¿y crees que va a ser algo más allá de un instante?
Ya sabes, todas las preguntas normales de las amigas que sólo quieren verte feliz. Y después probé contar la historia a mis amigas gays… y qué diferente fue la reacción en mi comunidad. El primer comentario me dejó fría “¡ay no!, no puedo con la heterosexualidad”. ¿Perdón?.. ¿ahora vamos hacer nosotros los que discriminamos? ¿Ahora vamos hacer nosotros los que vivamos en un gueto gay donde los heteros no serán bienvenidos? ¿Ahora seremos nosotros los que esperamos que todos sean como nosotros? ¿O seremos los padres que se molesten con sus hijos si les salen heteros?

Ok, ya esa me había superado, porque después de tanta lucha por respeto, aceptación e igualdad, lo mínimo que creí sabríamos hacer mejor que nadie, es respetar y aceptar al prójimo tal cual es. Pero fue el segundo comentario que me dejó profundamente enfurecida: “¡estás traicionando al género!”. Ok, ahora si no me podía quedar callada a tal atrevimiento, y mucho menos de dos mujeres jóvenes en sus veintes, ¿a ellas les estamos dejando el mundo en sus manos? Algo hemos hecho muy mal si es así. ¿Traicionando al genero?, entonces ahora se supone que yo debo únicamente amar a una mujer sino quiero que mi comunidad me vea como una hereje y termine execrada de la misma.
Yo a la única que le debo fidelidad es a mi misma. No tuvieron problema en darme la bienvenida, de que saliera a poner mi cara en apoyo a nuestro derecho a amar a quien queramos, pero ahora era el momento de la verdad, el momento donde casi podia oir "o estás con nosotras o estás en contra". No fue sólo el comentario, sino la cara cargada de reclamo y disgusto con el que vino presentado. De allí no salió nada de lo que me sienta especialmente complacida conmigo misma, dejé saltar a mi ego herido, el que fue directamente por la yugular de la persona con verdades que pude haber conversado de manera más adulta, pero es que en ese momento tenía como 20 años yo también. Me enfureció que por primera vez sentía lo que otros sintieron al salir del closet, pero ésta vez fue al salir de mi closet bisexual con mi comunidad LGBT. Se los hice saber, les conté la reacción tan diferente con mis amigas heteras, y su respuesta fue que no les interesaba un cuento con un chico, y que claro que las heteras lo tomaban normal porque ellas pensarían que era solo una fase mía, y finalmente salía de ella. ¡Madre mía!, qué cantidad de concepciones erróneas habían en esta conversación. Y de pronto comencé a hilar cabos con algunas otras, que en algún momento había experimentado.
Cuando estaba con mi pareja, quise comenzar el blog que ahora tengo, no exactamente éste, pero un blog. Cuando escribí la introducción de quién soy, que ahora pueden leer aquí, y se la di a ella para que me contara su opinión, con solo leer el título se oyó un grito al cielo: “Bicultural, Bilingual, Bisexual, Bipolar y Vagabunda”, ¡¿cómo se me ocurría a mi decir que yo era bisexual si estábamos en una relación abiertamente gay y en el ojo público!? Yo no entendía de qué me hablaba, sólo clamaba, “pero amor, si le estamos diciendo a la gente que viva su verdad como voy a decir yo una mentira, yo soy bisexual, he amado a hombres profundamente, me he casado con ellos, tenido relaciones hermosas emocional y sexualmente con ellos; cómo voy a decir que soy lesbiana… puedo decir que estoy en una relación gay, pero eso no cambia que yo sea bisexual”.
Bueno, la historia se tornó tan complicada que decidí callar, olvidarme de escribir, del blog y de cualquier conversación que me llevara a tener que decir lo que ella no quería escuchar. Después de éste encuentro, comenzaba a entender por dónde venía ella, seríamos segregadas, a ella la verían como la loca que se arriesgaba a amar a una “hetera camuflada”, porque nuestra propia comunidad cree que la bisexualidad no existe, que es un cuento, que somos unicornios, que estamos en negación y que tenemos que elegir qué somos de una vez por todas. Lo que ellos no quieren entender es que ya lo hemos elegido, somos bisexuales, capaces de amar, formar lazos afectivos comprometidos con ambos sexos, sexualmente atraídas y complacidas por ambos sexos, y capaz de tener una familia monógama con ambos sexos.

Siempre quise ayudar a mi comunidad en general a sentirse libre para poder decir quienes son y decidir libremente a quien amar, pero ahora me siento con una gran responsabilidad de informar sobre el bisexualismo. Algunos de los mitos de esta letra que pretende ser obviada por la familia LGBT, que además conforma un 52% de esta comunidad - mientras los hombre gays son un 37% y tan solo 17% de lesbianas – son:
Promiscuidad: se cree que somos promiscuos por sentirnos atraídos a ambos sexos. Tanto hombres como mujeres sienten recelo de estar con un bisexual, pensando que eso significa estaremos extrañando al otro género y por ende, seremos infieles. Esto es tan ilógico como pensar que mejor no salir con alguien en serio porque en algún momento, cuando se pierda la frescura de la novedad, nos van a poner los cuernos. Cuando estoy con alguien, estoy con alguien, y el que es infiel lo va a hacer independientemente de su orientación sexual.
Puedes ser hetero y ser infiel, gay y ser infiel, o bisexual y no serlo, nada tiene que ver ser monógamo con la bisexualidad. Si te amo a ti, créeme, no habrá espacio para mas nadie. Lo otro que se piensa es que tendemos al libertinaje, porque ahora tenemos un abanico de posibilidades más amplio. Nada más allá de la verdad, seguro que habrá bisexuales libertinos como habrá los que no. Yo siempre he sido un persona que necesito tener una conexión especial para poder irme a la cama con alguien, no importa el sexo, y se ha vuelto aún más evidente desde que estoy en relaciones serias con mujeres. Si alguien te va a ser infiel y es bisexual, lo puede hacer también con otra mujer, no tiene que ser con un hombre.
El último punto aquí, es que siempre mis parejas me dicen que tienen miedo, porque ellas no pueden competir con lo que un hombre me puede dar y viceversa, y no es cosa de competir con nadie. Cada ser, indiferentemente de su sexo, trae cosas a la vida de uno totalmente únicas, es como decir que no pueden estar conmigo porque ya he estado casada, y cómo van a poder competir con eso. He estado con gente por una atracción sexual prodigiosa y con poca conexión a otros niveles, y con personas con una conexión intelectual y espiritual enorme, pero poca atracción física, y los he amado indiferentemente, aunque fuesen relaciones muy distintas. En definitiva, todo esto son sólo miedos infundados por lo desconocido, por aquello que no podemos entender porque sólo podemos interpretar el mundo a través de nuestro propio reflejo. Entonces, ya podrías comenzar a entender al la comunidad hetera y lo difícil que le ha sido aceptar algo tan diferente a ellos.
Estamos en negación: no digo que algunos gays quizá pasen por esta etapa de “negación”, hasta que finalmente saben con certeza su orientación sexual, pero hay otro grupo llamado bisexual, que no está en negación sino en conocimiento absoluto de su capacidad de amar y sentir placer sexual con ambos sexos, sentirse feliz despertando al lado de un hombre o una mujer, y crear una familia con cualquiera de los dos. ¿Son iguales estas relaciones? No, cada una tiene su complejidad y sus características buenas y malas, pero podemos vivir con ellas sin problemas.
No estoy en negación, nunca lo he estado, no he podido ser más abierta y pública al respecto de mi sexualidad, no tengo nada que ocultar ni nada por lo que sentir vergüenza. Lo que sí me da vergüenza es que mi comunidad intente borrarnos como si no existiéramos. Lo que sí me da vergüenza es que muchas chicas jóvenes se sientan empujadas a decidir estar en un “grupo” u otro, por miedo al rechazo de sus amigas. Esto me ha pasado a mí siendo una mujer adulta y con la cabeza bien puesta sobre mis hombros, pero también les sucederá a jóvenes que por miedo ni hablarán de lo que les sucede, porque ahora no sólo la comunidad hetera las juzgará sino su propia comunidad, donde pensó conseguir apoyo, lo hará. Hablemos de estar entre la espada y la pared para seres en pleno desarrollo.
No cambia nuestra orientación sexual la pareja que tengamos: como lo decía anteriormente, yo soy bisexual, no importa si hoy estoy en una relación gay o en una hetera. La persona con quien esté no cambia mi orientación sexual, solo mi estatus marital.
Amas más un género que el otro: ¿tú has amado igual a todos los seres que han pasado por tu vida? No verdad, pues esa es tu respuesta. Cada amor y relación es diferente, y esto no es la excepción. A veces una pareja te llenará sexualmente más que otra en una relación hetera, o en una gay, o en una lésbica; igual es en el bisexualismo. Sí, no voy a negar que sexualmente puede que generalmente las mujeres tengamos mejores relaciones con mujeres (cuando nos gustan las mujeres, es decir) pero esto no es siempre, ni es algo que un hombre no puede recrear. La única diferencia es que la mujer toma su tiempo, se encienden igual, y tienden a querer dar placer a su pareja mas allá de su propio goce, por lo que es raro que en una relación gay las dos no se vayan satisfechas. Lamentablemente, en culturas machistas el hombre no es entrenado a generar placer en su pareja sino satisfacer su propia necesidad, lo que causa relaciones sexuales egoístas donde sólo uno de los participantes termina satisfecho. Pero he tenido la dicha de conocer a esos hombres que sí les importa su pareja y reciben gran placer de verlas disfrutar; parejas con las que se puede hablar de sexo sin interferencia del ego y con una real curiosidad por lo que le hace sentir, vibrar y llegar al clímax a su otra mitad. Entonces, no es cosa de que me guste más una mujer o un hombre en la cama, es cosa de esa persona y cómo experimenta y vive el acto sexual. Como siempre digo, todo hombre debería tener una amiga lesbiana que lo aconseje, y toda mujer un hombre gay, al final llevamos la ventaja de conocer algo mejor el instrumento del mismo sexo.
Otros términos que hoy día se usan para definir la bisexualidad: no sé por qué nos gustan tanto las etiquetas, meternos en cajitas perfectamente selladas para saber a qué grupo pertenecemos, pero así es. Hoy día a la bisexualidad también se le da el nombre de pansexualidad, polisexualidad, omnisexualidad o sin etiqueta. Yo he decidido hoy ponerme una etiqueta sólo porque quiero destruirla, a ella y los mito que vienen con ella.
Ahora que te gustan las mujeres entonces, ya no puedo dormir contigo ni permitir que me veas desnuda: esto va para las heteras. A ver cariño, no seas tan egocéntrica, estás hablando con una mujer, ¿recuerdas? Las mujeres no queremos con cualquier palo que se atraviese. Así que quédate tranquila que no tengo ninguna atracción por ti, especialmente atracción hacia mis amigas con las que he tenido una hermandad de años, sigues tan segura a mi lado como lo has sido por los últimos 20 años.
Con el mundo tan desquiciado como está, es una locura que yo tenga que usar 11 páginas en mi blog intentando explicarle esto a mi comunidad LGBT, pero lo creí importante, sobre todo porque hoy se acaba la semana de la bisexualidad, que con tanto drama realmente serio pasando en el mundo entre terremotos, huracanes y volcanes, la tuve que pasar casi por alto. En definitiva no exijas lo que no das tu primero, y recuerda, no somos unicornios, no estamos en negación, no es una etapa, no somos promiscuos, no queremos a uno si estamos con otro, somos simplemente gente que se conecta con el alma, no con nuestro órgano sexual; no somos gay, lesbianas o heteros, somos BISEXUALES.
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