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El Yoga y yo

  • Maricarmen Vela
  • May 3, 2018
  • 4 min read

Hace dos años mi esposo, mi hijo y yo nos mudamos de Houston Texas, al norte de Michigan, donde 6 meses al año hay nieve y los otros 6 tambíen, pero en menor cantidad . Yo, de cuerpo tropical, flip flops y vestidos de verano, llegué a la tundra donde el outfit del día son botas, abrigo, ropa térmica y snow pants… ¡creo que aún no lo supero!






Con mi bebé de tres meses y sin querer salir de la casa en pleno invierno, estuve voluntariamente recluida desde enero hasta abril, cuando finalmente la nieve se empezó a derretir.

Con la llegada de la primavera y las lluvias de abril, decidí salir a conocer la nueva ciudad acompañada de mi hijo, mientras mi esposo estaba en el trabajo. Empecé a buscar actividades a dónde llevarlo para mantenernos ocupados y encontré varias, las que hasta ahora seguimos disfrutando.


Pero buscar actividades para él no era suficiente… al final del día necesitaba algo para mi; ser una stay-at-home-mom sin tener a la familia cerca es todo un desafío emocional. Me dediqué a buscar, con la ayuda de google, y encontré varios lugares que llamaron mi atención; prometí conocerlos a todos, pero el primero al que llegué me atrapó y no me ha dejado salir: el estudio de yoga.



Jamás en la vida me había interesado por hacer yoga. Hice pilates, natación y hasta un poco de running, pero yoga me parecía muy aburrido, esa era mi idea preconcebida y nunca hice nada por averiguar qué había más allá.


Decidí ir primero al yoga porque el estudio estaba tan cerca de la casa que podía ir caminando, claro que cuando el clima lo permitiera; lo platiqué con mi esposo y muy entusiasmado me dijo: inscríbete el mes completo para que aproveches todas las clases (el estudio ofrece clases por la mañana y la tarde de lunes a domingo y el mes completo es ilimitado así que podría asistir a todas las que quisiera). El primer día, llegué al estudio y me inscribí por todo el mes; mi primera clase fue hot power yoga y salí casi arrastrada del lugar, sudada y adolorida desde el cabello hasta la punta de los pies, pero con un sentimiento de satisfacción que aún lo recuerdo y me emociona.




No dudé en regresar al día siguiente y el siguiente y más de año y medio después sigo asistiendo. Claro que hay días que me siento más cansada que otros y que el gusanito de la flojera aparece, pero mi esposo es el primero en decirme: “deberías ir, siempre te sientes mejor después del yoga”… ¡Y es la verdad! Me gusta pensar que lo hace por mí, pero creo que en el fondo también lo hace por él y por nuestra estabilidad emocional, porque es un hecho innegable que me he transformado en una mujer más nivelada interiormente y vivo en amor y paz.


Si me preguntas qué encontré en el yoga y por qué sigo asistiendo, creo que podría decir:

El yoga es mi tiempo, es mi momento a solas, es mi espacio de desarrollo personal y tranquilidad; además de los beneficios al interior, los beneficios al exterior son evidentes: duermo mejor, tengo mejor humor, me enojo menos, soy menos aprensiva con las situaciones, tengo mayor flexibilidad en mis extremidades, mis piernas se ven mucho mejor y definitivamente estoy en mejor condición física que antes, lo cual es de suma importancia ahora que mi hijo es un toddler imparable y que estamos en espera de una bebita, nuestro segundo retoño. Durante mi embarazo dejé de asistir a las clases de Hot Yoga, pero sigo tomando las que son de gentle flow.


No soy una yogui profesional ni pretendo llegar a serlo; estoy muy lejos de adoptar esta disciplina como mi estilo de vida; por el momento me gusta cómo me hace sentir y evidentemente eso se refleja en mi relación conmigo misma y con mi familia.


Ir al yoga me hace sentir muy muy muy bien, poco a poco he ido ganando flexibilidad y haciendo posturas que al principio ni soñaba poder hacer y eso es un súper empujón a mi autoestima, pero también soy realista y sé que hay otras posturas que tal vez nunca logre y no me frustro por eso, porque lo que me da el yoga se va directo a mi interior y es lo que más valoro hoy en día.


Cada instructor tiene un estilo diferente y de cada uno de ellos he recibido un gran aprendizaje; todos en sus estilos hacen que me rete a mi misma y mejore en mi práctica. He hecho cosas que nunca había pensado, como SUP-Yoga en el verano en el lago del condado ( montada en una paddle board) y ¡no puedo esperar para volver a hacerlo! Tambíen he llevado a mi hijo a Baby Yoga y Kids Yoga donde lo único que hizo fue correr como loco y decir “Ooooommm”. Tal vez cuando esté un poco más grande le pueda interesar, o quizás no, pero por ahora disfruta a su manera.





El Yoga también me ha dado la oportunidad de conocer algunas personas con las que comparto clases y definitivamente me han hecho sentir parte de la comunidad… A pesar de todos los estilos y variaciones que pueda encontrar en cada práctica, hay algo que no varía y es que escucho a mi cuerpo, respiro y dejo todo en el tapete.









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